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Amauta quien sabe hasta cuándo, los tiempos de vivir con dulzura. La dulce vida prebélica no generó sino escepticismo y nihilismo. de la crisis de este escepticismo y de este nihilismo, nace la ruda, la fuerte, la perentoria necesidad de una fé y de un mito que mueve a los hombres a vivir peligrosamente.
LA LUCHA FINAL Magdeleine Marx, una de las mujeres de letras más inquietas y más modernas de la Francia contemporánea, ha reunido sus impresiones de Rusia en un libro que lleva este título: est la lutte finalel.
La frase del canto de Eugene Pottier adquiere un relieve histórico. Es la lucha finall.
El proletariado ruso saluda la revolución con este grito que es el grito ecuménico del proletariado mundial. Grito multitudinario del combate y de esperanza que Magdeleine Marx ha oído en las calles de Moscú, que yo he oído en las calles de Roma, de Milán, de Berlín, de París, de Viena, y de Lima. Toda la emoción de una época está en él.
Las muchedumbres revolucionarias creen librar la lucha final. La libran verdaderamente? Para las escépticas criaturas del orden viejo esta lucha final es solo una ilusión. Para los fe vorosos combatientes del orden nuevo es una realidad. Au dessus de la melée, una nueva y sagaz filosofía de la historia nos propone otro concepto: ilusión y realidad. La lucha final de la estrofa de Eugene Pottier es, al mismo tiempo, una realidad y una ilusión.
Se trata, efectivamente, de la lucha final de una época y de una clase. El progreso o el proceso humano se cumple por etapas.
Por consiguiente, la humanidad tiene perennemente la necesidad de sentirse próxima a una meta. La meta de hoy no será seguramente la meta de mañana; pero, para la teoría humana en marcha, es la meta final. El mesiánico milenio no vendrá nunca. El hombre llega para partir de nuevo. No puede, sin embargo, prescindir de la creencia de que la nueva jornada es la jornada definitiva. Ninguna revolución prevé la revolución que vendrá después, aunque en la entraña porte su germen. Para el hombre, como sujeto de la historia, no existe sino su propia y personal realidad. No le interesa la lucha abstractamente sino su lucha concretamente. El proletariado revolucionario, por ende, vive la realidad de una lucha final. La humanidad, en tanto, desde un punto de vista abstracto, vive la ilusión de una lucha final.
II La revolución francesa tuvo la misma idea de su magnitud. Sus hombres creyeron también inaugurar una era nueva. La Convención quiso grabar para siempre, en el tiempo, el comienzo del milenio republicano. Pensó que la era cristiana y el calendario gregoriano no podían contener a la República. El himno de la revolución saludó el alba de un nuevo día: le jour de gioire est arrivé. La república individualista y jacobina aparecía como el supremo desideratum de la humanidad. La revolución se sentía definitiva e insuperable. Era la lucha final. La lucha final por la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.
Menos de un siglo y medio ha bastado para que este mito envejezca. La Marsellesa ha dejado totalmente de ser un canto revolu