78 Amauta Me mata, no hay duda, me mata. pensaba para mis adentros, y sin saber por qué, me puse a rezar maquinalmente: Padre nuestro, que estás en los cielos.
Siento que me pone la mano encima, que me levanta en vilo; mís huesos desmadejados se resisten a sostenerse en pié; ya no era más que un burujo miserable de vestidos, la sombra de un muerto, cuando oigo la voz bramante de mi padre, que ahuyentaba el aire a su paso, al tiempo que su mano me zarandeaba, fuera de sí. 11jHan asesinado al príncipe heredero de Austria. Colgado de su mano, balbuceé. quién han asesinado. Al príncipe heredero de Austria! Hoy, a eso de la una de la tarde. En Sarajevo. Gracias a Dios! exclamé, respirando profundamente y sintiendo que la sangre vivificadora me volvía a las venas a borbotones: Pero mi padre ya no me oía. Bajaba por las escaleras, dando traspiés, a decírselo a mi madre, que estaba sentada en el jardín leyendo un tomo de poesías de Hugo de Hofmannsthal.
Entré en la cocina y me lavé las manos con jabón de fregar. Sarajevo repetía, alborozado. Qué me importa mí Sarajevol.
a LA VIDA HEROICA DE ROSA LUXEMBURGO, por Nydia Lamarque. Conclusión)
En 1913 publicó su obra máxima La acumulación del Capital (Contribución a la explicación económica del imperialismo. que tuvo justificada resonancia; y ella explicaba su estado de ánimo después de aquel trabajo, diciendo en una de sus cartas: Tengo una verdadera sed de literatura clásica: es evidentemente una reacción después de tanta economía política que he debido tragar. El sábado fuí a ver Don Juan, por un artista de Estocolmo, que representaba el papel principal. El extranjero, dentro de sus vestiduras, mostraba unas piernas soberbias, pero todo lo restante era una decepción (como en la mayor parte de los Don Juanes, no es cierto. 38) Alusión esta última muy suya, de fina malicia.
En julio de 1914, en el Bureau Socialista Internacional, estuvo por última vez al lado de Kautsky, cuando con él y Axelrod lucharon por la unidad del partido ruso, contra los bolchevikis y los polacos cuyo jefe era Radek. Pero ya los acontecimientos iban a precipitarse. Los días fatales se acercaban. Cuatro años más de prisiones y de sufrimientos, y tras la lucha final, la Rosa Roja iba a caer brutalmente deshojada. 38) Op. cit. pág 193.