Amauta 75 tre las piernas desnudas y la agarraba del pelo; sus brazos trémulos describían nerviosas curvas en la arena. Su cuerpo se estremecía extrañamente, gritaba de un modo horrible y desamparado, y de pronto me pareció que su cara, transfigurada, era muy hermosa. Yo veía todo lo que hacía el calmuco. Sus pantalones se la habían hecho un ovillo, a los pies. No había duda, todo estaba al descubierto. De modo que era. allí. y con aquello. volvió a sonar el grito, esta vez desolado, aterrador. El calmuco la tenía cogida por debajo de los brazos y oprimía la carne desvanecida y claimante. Su cuerpos medio desnudos se revolvían en el suelo, unidos, pero pugnando en su unión, como si quisieran estrangularse. Se odiaban, se flagelaban el uno al otro. Gritaban.
No había duda: 11 querían matarse. sin poder contenerme más tiempo, aterrorizado, grité yo también, pidiendo auxilio. Mi grito tenía el mismo acento desgarrado que el de la polaca luchando con el calmuco. Veía el misterio y clamaba auxilio. Tenía la sensación de que había visto cometer un asesinato.
Vi que de la arena se alzaban dos cuerpos. La moza, toda turbada, no acertaba a cubrir sus desnudeces. y el calmuco, puesto en pie, con los pantalones apelotonados sobre los tobillos, enseñaba sus órganos genitales colgando. Volví a gritar: 11 Socorro! l, y escapé corriendo de mi escondite. Al alzarme se sacudieron las ramas y cayó al suelo un nido de pajarillos. Estaba en medio del campo. El camino se deslizaba serpenteando en pardas ondulaciones. Seguía corriendo, sin detenerme. El misterio. gritaba una voz dentro de mí. El misterio. La está matando! corría, corría a pedir socorro para la polaca estrangulada.
Su grito desgarrador seguía atravesándome los oídos. El misterio es un asesinatol me decía la voz interior. Se odian cuando lo hacen.
Corría como si fuese a salvar al mundo entero del misterio feroz. Corría hacia la finca. Quería ver a Ferd. León, a Augusto, al Comandante, al potro. Están estrangulándosel, quería gritarles y pedirles que acudiesen en su socorro. en mis oídos volvía a resonar el grito, largo y lastimero.
Ya se divisaba a lo lejos la finca, cuando noté que llevaba en el bolsillo el marco del calmuco, arrollado en el pañuelo. Me agazapé junto a un campo verde de centeno, reflexioné, y comprendí que el calmụco podía perderme. Si iba corriendo a buscar a mi padre y le contaba todo lo sucedido, y mi padre me cogía y me encontraba la moneda. de dónde iba a decirle que la había sacado? Todo se me descubriría: el robo y los motivos por que había robado. además, el calmuco podía decir que yo le había sobornado para que hiciese aquello y que en realidad el culpable era yo, que tenía el dinero. que la muchacha había pedido socorro por mi causa, puesto que los dos marcos eran míos. mi padre creería de seguro lo que le contase el calmuco, a quien había visto en el baile de disfraces vestido de Zar.
Me volví y le vi corriendo a toda velocidad hacia la villa. La silueta de la polaca se destacaba, ancha, sobre el cielo, camino de la