74 Amauta rrida. En la otra mano tenía una flor de aquilea. Se la prendió en el pecho. Luego, sacó de la faltriquera un peine roto y comenzó a peinarse, cantando. En qué quedamos, me das el dinero no. Si le dije. lo hace como todas las grandes. Naturalmente me contestó, riéndose, burlón. todas lo hacen lo mismo. es el misterio de verdad. Puedes probar tú mismo si quieres. No, no. Hacerlo, no! Yo no quiero más que ver. El calmuco soltó una carcajada. Pero ¿es de veras que todavía no lo sabes?
Le hice seña de que no con la cabeza. Entonces se me acercó confidencialmente, y me dijo. Vamos, ya me lo explico! Quieres enterarte para luego, hacorlo con tu novia. verdad. Si le contesté, mintiendo Está bien. Si me prometes que vendrás un día a bañarte con nosotros, te dejaré verlo con todo detalle.
Le prometí que iría. El calmuco se levantó. Pero tienes que darme antes el dinero.
Le alargué dos marcos. Después de contemplarlos de cerca, me dijo. el mío. Ese te lo daré después. No te fías de mí. S1 le repuse. pero quiero ver si es el misterio de verdad. El misterio exclamó reventando de risa. Qué cosas más raras dices!
Yo me había acomodado entre las ramas, sin moverme. Muy bien; si no crees que soy capaz de hacerlo, me darás el marco después. Te lo daré si es el misterio de verdad le contesté. Puedes estar seguro. repuso, largándose.
Cuando llegó el calmuco, la polaca, que estaba agazapada en la arena, comenzó a desabrocharse la blusa. Luego se tendió de espaldas y el calmuco se sentó junto a ella. Le dió los dos marcos, que la polaca guardó en una bolsa de punto. El se quitó la chaqueta. Todo esto, en silencio. Yo lo veía todo por entre las ramas. De pronto, la muchacha empezó a reírse, cogió al calmuco y lo derribó encima de sí, abriendo las piernas. El le agarró la cabeza con las dos manos y se la apretó contra el suelo. Empezó a moverse encima de la muchacha, y donde antes estaba la ropa, ahora sólo se veía carnes desnudas. La polaca chillaba. El calmuco seguía encima de ella, y los dos tenían las caras rojas, inyectadas de sangre.
Yo, acurrucado en el matorral, pensaba. Cuándo vendrá el misterio. También el calmuco me habría engañado?
Lo que veía no me excitaba ni movía siquiera curiosidad pues me parecía sencillamente una lucha aburrida entre una mujer y un hombre.
Resolví no darle el marco.
En este momento, oigo un grito desgarrado, como si un pájars herido cayese a tierra. Era la polaca, que tenía al calmuco sujeto ena