Amauta 73 no me a Hubiera querido acariciarle la mano, pero atrevía soltar la moneda. frotaba el frío metal entre los dedos, mientras sus palabras. lo mismo seguiremos siendo amigos. me cantaban en los oídos como un dulce ritornello. Tienes dinero allí? Le pregunté. Sí me contestó ¿Quieres que te preste. No, que me cambies. Cuánto. Una pieza de tres marcos Sacó del bolsillo una bolsita de cuero azul y me contó en la mano tres monedas de a marco. Yo le entregé la mía. Me parecía que ahora yo no podía considerarme ladrón. Luego, nos separamos.
Seguía por el camino de la villa hasta que Ferd se perdió de vista, y cuando ya no se le divisaba, corrí para ganar el rodeo. Cuando llegué junto al álamo, ya me esperaba el calmuco, con su eterno traje de paño pardo. Traes el dinero?
Hice sonar los tres marcos en el bolsillo. Venga!
Di un paso atrás. Ca, hombre. Quieres que te lo dé antes de habar visto nada. Déjate de tonterías. Venga el dinero! me cogió del brazo, oprimiéndole. Dónde está la muchacha? Antes quiero ver a la muchachal Me llevó junto a un matorral de zarzas, apartó un poco las ramas, y abajo, sentada en la arena, en una especie de cueva oscura, vi a una de las mozas polacas, muy gorda, que vestía una blusa azul de percal llena de flores. Ahí la tienes me dijo el calmuco, con voz silbante Esa. Pero ¿sabe ella que yo miro. No, no tiene para qué saberlo. Tú te sientas aquí, sin moverte ni hacer ruido, hasta que terminemos. Cuánto timpo dura. Unos tres minutos. Cómo? exclamé, asombrado. Tres minutos duraba nada más todo el misterio. Vamos, venga el dinero, de una vez! hizo ademán de echarme mano al bolsillo Yo me defendí desesperadamente.
Luchamos. El calmuco no podía desplegar todas sus fuerzas por causa del matorral. Le dí dos puñetazos tremendos en la cara. Por qué no quieres darme el dinero. me preguntó, ya en tono conciliatorio. Primero tengo que ver le contesté, jadeante. y luego te lo doy No puede ser. echó el cuerpo atrás y puso una cara muy solemne. Por entre el matorral donde estaba agazapado, entre espinas y maleza, veía a la polaca, que tenía botas de caña alta y se hurgaba la nariz, abues.