68 Amauta según mejor me parecía. Aquella mañana, los dolores eran de cabeza y de pecho. Mi madre dedujo de todos estos síntomas que tenía un resfriado febril. yo me esforzaba en completar el cuadro de la enfermedad tosiendo y carraspeando a discreción. Hacia las diez, tenía los bronquios tan irritados que ya tosía sin proponérmelo. Mi madre me envolvió en una sábana húmeda, me dió a tomar una taza de té y me dijo que tenía que sudar. No tardé en sentirme bañado de sudor, y hacia mediodía era tal mi debilidad, que mi padre pudo, con perfecta tranquilidad de conciencia, poner una tarjeta, que Katinka llevó a casa del doctor Brosius, disculpando mi falta de asistencia a las clases por padecer un fuerte resfriado.
Ya había conseguido lo que quería. Ahora, quieto!
Al poco rato, estaba materialmente limpio de fiebre y la tos había cesado. Mi madre atribuía el éxito a su rápida intervención.
La pobre creía haber ahogado la enfermedad en germen. Pude pedir de comer lo que se me antojase, cosa que me llenaba de entusiasmo. Un filete de ternera con salsa y puré de patatas. El apetito con que devoré todo lo que me pusieron acabó de convencer a mi madre de mi completa curación. Hubo veces de fingir una enfermedad de éstas sólo para poder comer de aquellos platos que tanto me gustaban. Por conseguirlo, me prestaba de buen grado a sudar un par de horas. Me parecía que los padres no eran verdaderamente buenos con sus niños más que cuando estaban enfermos. Cuántas veces simulé yo estarlo tan sólo para que mi madre me acariciase!
Sin embargo, aquel día sentí la necesidad de quedarme solo.
Hay muchos niños que sólo pueden aislarse cuando están enfermos, pues mientras gozan de salud tienen que hacer lo que les mandan los mayores. Pasé la tarde en la cama. Mi madre me había ordenado reposo. Las hojas grasas del nogal rozaban la ventana, en cuyos visillos de muselina se embotaban los rayos del sol. Reflexioné lo que tenía que hacer para lograr el propósito que me atosigaba. El plan a base de Hilde había fracasado; eso de enamorarse no servía de nada. Renunciaría a descubrir el misterio? De buena gana lo habría hecho y me hubiera vuelto con Ferd a la finca, donde tan bien se vivía entre las gallinas, los caballos y las vacas y junto al Comandante. Si hubiera hecho caso de Ferd y no hubiera faltado al juramento, Hilde no me habría infligido la tremenda humillación de anoche. Claro que yo me consolaba pensando que era una tonta y que, como la mayor parte de las chicas, se daba aires de saber qué sé yo cuántas cosas, y luego, a la hora de demostrarlo, resultaba que no sabía nada. Pero me había llamado fanfarrón y había dicho que yo no era hombre. No había duda; tenía que vengarme. la única venganza posible era averiguar el misterio antes que ella, adelantarme a la llegada del primo.
Además, parecíame una cobardía abandonar sin más ni más todos mis esfuerzos por descubrir el misterio, sólo porque hubiese fracasado en la primera tentativa. Todavía no hacía muchos días que en la clase de latín, para castigarme una falta de atención, me habían hecho escribir cincuenta veces aquello de Fortes fortuna adjuvat. El mundo es de los audaces. qué era el mundo sino el misterio?
Mi táctica, hasta aquí, había sido falsa, pero eso no quitaba fuerza ni atracción al deseo. Además era cuestión de honor vengarse de Hilde.