José Carlos MariáteguiSocialismWorking Class

44 Amauta cionándola a cada paso, acogiéndose a Spengler o a Keyserling. Pero las nuevas condiciones materiales determinadas por la evolución, sea parcial, de las fuerzas productivas crean al proletariado y hacen posible la aparición de mentalidad tan potente como la de nuestro primer teórico del socialismo.
Mariátegui excede las posibilidades tradicionales del ambiente peruano y se escapa de los contornos prosaicos de la historia para alzarse desconcertante y fascinador. Su caso extraordinario está impregnado también de heroismo. Postrado en su sillón de ruedas, blandiendo su pensamiento socialista a prueba de todo riesgo hasta caer aniquilado en su puesto de combate, se destaca magestuoso y sublime.
Pero Mariátegui no ha sido ningún apostol, ningún alucinado místico. Contrariamente a lo que cabría imaginarse po: sus artículos polémicos o por su vida dramática, José Carlos siempre fué sencillo, consciente de su poder, exento de vaniloquios. El héroe que hay en él muchas veces obscurece su significación, su rol revolucionarios, que es donde reside el secreto y la razón de su heroismo. Los admiradores de Mariátegui apenas se detienen en la leyenda épica que aureola su figura. Pero Mariátegui, según sus propias palabras, se mantuvo siempre indiferente al aplauso, atento solo a sus responsabilidad. Ya Sorel había dicho que es necesario que los socialistas estén persuadidos de que la obra a la cual se consagran es grave, temerosa y sublime, porque solo así pueden soportar los innúmeros sacrificios reclamados por una propaganda que no proporciona honores, provechos, ni aún satisfacciones intelectuales inmediatas. cuando su pi ofesión de agitador exigió su vida, Mariátegui la jugó hasta perderla con esa sencillez sublime de todos sus actos.
AUTOPSIA DEL SUPERREALISMO, por César Vallejo.
LS inteligencia capitalista ofrece, entre otros síntomas de su agonía, el vicio del cenáculo. Es curioso observar cómo las crisis más agudas y recientes del imperialismo econóRACE mico, la guerra, la racionalización industrial, la miseria de las masas, los cracs financieros y bursátiles, el desarrollo de la revolución obrera, las insurecciones coloniales, etc. corresponden sincrónicamente a una furiosa multiplicación de escuelas literarias, tan improvisadas como efímeras. Hacia 1914, nacía el expresionismo (Dvorck, Fretzer. Hacia 1915, nacía el cubismo (Apollinaire, Reverdy. En 1917 nacía el dadaísmo (Tzara, Picabia. En 1924, el superrealismo (Breton, Ribemont Dessaignes. Sin contar las escuelas ya existentes: simbolismo, futurismo, neosimbolismo, unanimismo, etc. Por último, a partir de la pronunciación superrealista, irrumpe casi mensualmente una nueva escuela literaria. Nunca el pensamiento social se fraccionó en tantas y tan fugaces fórmulas.
Nunca experimentó un gusto tan frenético y una tal necesidad por estoreotiparse en recetas y clisés, como si tuviera miedo de su libertad