28 Amauta Es explicable y lógico que para el propio sector burgués y burocrático de nuestra crítica literaria, José Carlos no sea otra cosa que un ensayista fronterizo, un estudioso localizado y límite, un escritor de cer náculo. No siendo ella capaz y apta para valorizar su recia mentalidad revolucionaria, fuera de sus cánones anquilosados y pétreos, la figura apostólica y clarividente de Mariátegui la encuadra en sus viejos marcos retóricos y la circunscribe en sus círculos cortesanos. es que nuestra crítica literaria, por lo mismo qu en parte, es una secuencia exacta y un rezago categórico del ánima feudal dislocada ya; y por lo mismo, de otro lado, que responde al fraseario demo liberal, no puede jamás estimar y comprender en toda su multiplicidad constructora la importancia doctrinal de José Carlos, y sobre todo, su enardecida y firme propulsión marxista.
Para quien ha seguido atentamente el proceso mental lúcido de Mariátegui, desde su arribo de Europa hasta las recientes páginas de Amauta. constata este hecho preciso, esta conclusión definitiva: José Carlos es el más alto exponente del marxismo en Latino América, y en consecuencia, el que mejor, hasta hoy, ha enfocado los problemas nacionales desde puntos de vista novísimos, estrictamente socialistas, de acuerdo con el ritmo histórico de la época.
Tampoco es la visión panorámica de Mariátegui, su acerada proyección mundial, un orepelesco atisbo internacionalista, un desvitalizado y cancilleresco recetario demo burgués para uso de autocracias y de estados. Su compacta estructuración teórica, su enjundioso acierto realista para profundizar y captar en sus contornos típicos todos los procesos históricos actuales le hacen, inequívocamente, diferenciable de toda aquella grey intelectualoide y cortesana gue, fracasada en su mistica wilsoniana, ha asumido su papel servil y mercenario de los caudillajes y de las patrioterías.
La posición doctrinaria de José Carlos rebasa toda delimitación aectaria, toda tendencia de cenáculo, de grupo, de escuela. No es tipo de intelectual enclavado dentro de una teoría sin fuerza accional propulsora, sin conxión íntima con el estallido revolucionario de estos tiempos. Quienes, pretendiendo restarle importancia y disminuírle su trascendencia ideológica, lo han catalogado como un marxista típicamente ertodoxo, como un teórico perfectamente inflexible, irreductible, ignoran en absoluto que la dialéctica es fuerza intrínseca de la historia y que el marxismo, ampliado y superado conforme los hechos humanos van realizándose, es la praxis científica universal, con su contenido cósmico, bajo la que se auspician, se larvan y se acrecentan todos los movimientos auténticamente revolucionarios, vale decir socialistas, en su más clara y rotunda acepción.
El ritmo creador y constructor de la historia es eminentemente dialéctico, es eminentemente materialista. Su evidencia es el élan económico que sacude, nutre e impulsa todos los demás procesos. Si Marx, al decir de Lenín, culminó, rectificándolas y superándolas desde luego, tres corrientes diversas de su siglo: la tendencia clásica británica y el socialismo utópico francés de Saint Simón y de Fourrier, también Marx, al interpretar y ahordar entrañablemente la esencia económica de los fenómenos históricos todos, no creó una sistematización rígida, eterna, inmutable como lo pretenden ciertos críticos que han desbarrado lamentablemente. Marx dió nacimiento a una teoría, a una doctrina que no eran fruto de abstractas especulaciones mentales, sino expresión