Amauta JOSE CARLOS MARIATEGUI, por Abelardo Solis.
VIIVIST NA onda de angustia y de dolor ha recorrido el país. Tan intensa ha sido esa conmoción de nuestros espíritus, que a la certidumbre de la muerte del gran escritor, del leader y del compañero nobilísimo, todavía nuestros afectos y nuestra Jadmiración por él, se resisten a aceptar esa amarga verdad. Ha muerto Mariátegui! éstas palabras se desploman en el alma de los trabajadores peruanos como enormes rocas sobre el mar.
Aún parece que hemos de leer y escuchar sus nuevas palabras. Ahí está aún suspensa el alma de todos los que esperan la renovada lección, como contenido el respirar, volviendo a la duda desgarradora y anhelante. Sin embargo el silencio envuelve y sigue a la cruel certidumbre de que ha caído para siempre, el heraldo magnífico de una nueva fe. así, como para destacarse más su obra de la realidad limitada en que ha desaparecido su vida trascendente y ejemplar, ha quedado palpitando de modo imponderable el ademán resuelto, impuesta la dirección sugerente y vigorosa de su pensamiento. Cabe, pues, a propósito de la muerte de Mariátegui, decir que ella se ha producido cuando sus ideales comenzaban a germinar incontenibles, promisoramlente en la serena y rica expresión del pensamiento socialista de José Carlos Mariátegui.
González Prada inicialmente representó la conciencia y el idealismo patriótico y radical a lo Waldeck Rousseau. El agresivo pensador de HORAS DE LUCHA. estaba imbuído de las claras ideas del republicanismo radical francés que acababa de liquidar los viejos residuos de la monarquía. En el seno de una sociedad frailuna, desorganizada y agitada por el caudillaje populachero, el apostolado radical de González Prada, se erguía hosco y solitario, atemperando los extravíos de las masas, con solo el gesto y la actitud inconforme. Su intensidad pasional cobraba fuerza y esa profunda convicción de los grandes espíritus cuyas protestas nacen de lo más íntimo del alma de una nacionalidad. El desastre, la cuotidiana farándula de la política criolla en que vivíamos, determinaban la sagrada indignación que expresó el verbo de González Prada. El dolor nacional tenía sus símbolos de martirio en los combatientes de Angamos y de Arica. Grau y Bolognesi eran el Perú del 79. La república democrática y radical, el Estado laico, eran las preocupaciones dominantes de la época. Resonaba en el mundo entero el lirismo de Víctor Hugo, más aún, cada vez que en América, por ejemplo, se encarnaba como al travez de una extraña metempsícosis, el alma de Napoleón, el pequeño, en cada tiranuelo. Salmerón, Joaquín Costa, Carducci, Cavour, Gambetta, entre otros, ennoblecían reparadoramente la historia del mundo. El escepticismo francés, elegante y mesurado, era el disolvente más eficaz de los viejos dogmatismos que había legado el ancient régime; así como la cultura humanista traía, con la influencia del paganismo helénico, el sentido de la armonía, del equilibrio y de una alta valoración de la vida, cuando el peso de las tradiciones feudales la habían deformado y escamecido. La vanguardia de ayer, se oponían así a la supervivencia de la tradición.