Amauta 79 renta que, a despecho de su juventud, ella sabe ya que algo vale y está bastante convencida de que entre la estudiante de Zurich y el Señor Redactor en Jefe de la Neue Zeit no hay más distancia que la de los años y el prestigio en ellos adquirido. Se nota también en esa correspondencia el horror que experimenta por las pequeñas cuestiones personales, por los ataques directos de hombre a hombre, que hacen que el vasto perfil de los principios termine por desvanecerse en la niebla de Tencillas odiosas. Dice en una carta, refiriéndose a ciertas supresiones que le han hecho en la redacción: La supresión de la parte teórica de mi primer artículo, así como la respuesta de Haecker, han llevado la discusión sobre un terreno de chicanas de orden exclusivamente práctico.
De esto no tengo la culpa en absoluto, ya que es bien a disgusto que me he visto (dado el poco espacio que usted me había acordado) en la obligación de no tratar, para evitar la querella, más que el lado práctico de la cuestión. Todos los pasajes hirientes contenidos en mi respuesta, se refieren exclusivamente a las declaraciones de principio de mis adversarios y no a su personalidad; todo lo contrario de Haecker que en su respuesta, me ataca a mí. 19. Por cierto que Kautsky se dio cuenta bien pronto de la talla intelectual de Rosa, le abrió ya sin restricciones las páginas de la Neue Zeit y en las últimas cartas de este período ella le hablaba con la confianza con que se habla a un amigo y no a un simple correligionario, burlándose graciosamente de los filósofos revisionistas del marxismo, que no hacían más que dañar a la idea con sus especulaciones áridas y sin objeto. Schoenlack acaba de arrojarme a la cabeza de un solo golpe, dos rusos exterminadores (otros dicen continuadores) del marxismo; un obeso sir Slominski que desde hace largo tiempo se gana la vida en Rusia encontrando contradicciones entre el tercero y el primer volumen del Capital, y un señor Simkhovitch, docto hasta dar miedo, que en los Jahrbucher de Conrado, acaba de exterminar, enterrar, gratificar con una oración fúnebre, llorar y hacer a un lado a Marx. Es necesario que yo libre poloca hable de todo esto. Para consuelo y confortamiento acabo de recibir la última obra de Jaurés, La Acción Socialista y ella me ha traído ese soplo de frescura que le es propio. 20. Entretanto Rosa había terminado sus estudios, doctorándose en la Universidad de Zurich con una notable tesis sobre El desenvolvimiento industrial de Polonia. Penso entonces en dirigirse a Berlín para afiliarse al partido socialista alemán y trabajar en él sobre un terreno más firme; pero se le presentaba el inconveniente casi insalvable de la nacionalidad; para intervenir allí necesitaba ser alemana. Entonces se produjo el curioso episodio de su casamiento, que dió orígen más tarde a infinidad de leyendas contra ella, y que es sin embargo, de una sencillez absoluta. El matrimonio era el medio más rápido y más seguro para adquirir la nacionalidad alemana. Había pues que casarse y que casarse pronto, y Rosa no vacilo. Se dirigió al hijo de la familia en cuya casa vivía, el doctor Gustavo Lubeck, correligionario y conocedor de su situación, y francamente, le propuso el matrimonio, un matrimonio por cierto de pura fórmula y que jamás tendría otra realidad que la jurídica. Tuvo la suerte de que Lubeck la comprendiera, de encontrar en él el mismo desinterés, el mismo independiente criterio, y accedió a (19) Op. cit. pág. 37 y 38. 20)
pág. 46.