Amauta 77 calmos y rítmicos, en la paz de la noche. De lejos llegan, apenas perceptibles, los sonidos fantásticos de un órgano en el cual algún chambón principiante, caminando lánguidamente. silba un vals. Una estrofa que he leído recientemente yo no sé dónde, zumba en mi cabeza: Escondido entre las colinas está tu jardincito apacible donde las rosas y los claveles esperan desde hace largo tiempo tu bien amadaescondido entre las colinas tu jardincito apacible. Yo no comprendo del todo el sentido de estas palabras, aun no sé si ellas tienen alguno, pero asociadas a la brisa que roza mis cabellos como una caricia, me mecen en una disposición singular. Esta brisa, la traidora, me lleva allá, a lo lejos, yo misma no sé dónde. La vida juega conmigo unas escondidas perpétuas. Me parece siempre que ella no está en mí, ni allí donde yo estoy, sino en alguna parte, lejana. En otro tiempo, en mi casa, me deslizaba bien temprano a la ventana ohl estaba severamente prohibido levantarse antes que el padre la abría dulcemente y miraba afuera, hacia el gran patio. Cierto, no había allí gran cosa que ver. Todo dormía aún, un gato atravesaba el patio con pasos de terciopelo, dos gorriones se peleaban con una gritería desvergonzada, y el viejo Antonio, metido en su corta pelliza de carnero, que él llevaba invierno y verano, se mantenía cerca de la bomba, las dos manos y el mentón apoyados sobre el mango de su escoba, con una profunda meditación en su cara adormilada y sin lavar. Porque este Antonio era hombre de tendencias elevadas. Todas las tardes, cerrada ya la puerta cochera, se instalaba en el vestíbulo sobre el banco que le servía de lecho, y deletreaba en alta voz a la claridad dudosa del farol, la Gaceta Oficial de la Policía, tan bien que se oía en toda la casa, como una sorda letanía. Lo que le guiaba, por otra parte, era un amor desinteresado por la literatura, ya que no comprendía ni una palabra y amaba las letras en y por mismas. Esto no impedía que fuera difícil de contentar. como yo le diera un día, a su pedido, Los orígenes de la Civi.
lización, de Lubbock, del cual precisamente había emprendido yo la lectura con un celo ardiente por tratarse de mi primer libro serio. él me lo devolvió al cabo de dos días, declarando que el libro no valía nada. Por lo demás, me fué necesario a mí una buena cantidad de años, para comprender cuánta razón tenía Antonio. Así, pues, Antonio comenzaba siempre por permanecer un cierto tiempo sumido en meditaciones profundas, de las cuales salía sin transición por un vibrante, ruidoso y resonante bostezo, y este bostezo liberador significaba cada vez. Ahora, al trabajo! Escucho todavía el penetrante chirrido que Antonio hacía oír, paseando oblicuamente su escoba húmeda sobre las baldosas, teniendo mucho cuidado, por amor a la estética, de describir sobre los bordes graciosos festones bien regulares, que hubieran podido tomarse por una puntilla de punto de Bruse Su manera de barrer el patio era un poema. era también el más bello momento antes del despertar de la vida sombría, ruidosa, aplastante, martilladora, en el alquilado cuartelón. La calma augusta de la hora matinal se extendía sobre la trivialidad del embaldosado; allá arriba en los vidrios, centelleaban los primeros oros del nuevo sol y más alto todavía, nadaban pequeñas nubes vaporosas, teñidas de rosa, antes de desvanecerse en el cielo gris de la ciudad. En ese tiempo, yo creía firmemente que la vida. la verdadra vida, estaba en alguna parte, bien lejos, allá abajo, al otro lado de los techos. desde entonces vialas.