Amauta 73 tar.
y se contaba que el Landgrave, de quien era el jardín, la había plantado en persona para recreo de su amante. En efecto, antes de pasar a poder del Municipio, a quien ahora pertenecía, la botica había sido propiedad de una dama ennoblecida por un príncipe regente del siglo XVIII para legitimación de sus encantos. La familia del boticario utilizaba este pabellón para guardar los aperos del jardín. Este estaba considerado como monumento público y no podía cortarse en él ningún árbol.
Nos dirigimos a un banco colocado cerca del haya. La cabeza de Hilde apoyábase ligeramente sobre mi hombro, y nuestros pasos eran cortos y acompasados. Nos sentamos. El aire estaba realmente encalmado y silencioso. No se oía más ruido que el que hacían dos palomas de un palomar cercano, en su temprano sueño. Hilde le pregunté. saben tus padres que yo estoy contigo en el jardín. Naturalmente dijo ella. mi mamá telefones a tu padre pidiéndole permiso para que me acompañaras un rato antes de irme a acos qué contestó él. Que confiaba en la educación de su hijo.
Sentado junto a Hilde, con su mano suave en la mía, aquéllo me hizo gracia. Mi padre confiaba en la educación de su hijo, como un comerciante podría confiar en el talento y la honradez de un dependiente para regir una sucursal.
Estuvimos sentados largo tiempo sin hablarnos. Apenas se movía la hoja de un árbol. El cielo crepuscular iba, poco a poco, tomando el color de un pudding de dulce. Las cosas no pueden estar mejor preparadas. pensé; todo ha salido a pedir de boca. Estamos los dos sentados aquí en un banco del jardín, entre el follaje, rodeados de árboles desazonadoramente quietos; nadie nos ve; respiramos muy quedo; huele a flores. el olor de las aguas podridas del estanque próximo no entraba en la cuenta; de vez en cuando, Hilde tiene un ligero temblor o un pequeño mechón de sus cabellos me cosquillea en el oído; oscurece y en el cielo apunta ya ahora de veras, la primera estrella. Todo está en orden; no falta nada de lo que es de rigor en estas escenas. Ha llegado el momento de que la bese, y luego procuraré llevar la conversación al terreno del misterio. El lucero de la tarde, miral exclamó, apuntando al cielo.
Me pusę en pie, con un gesto romántico. Sí; el lucero de la tarde declantém. acaso Venus, la que los griegos llaman Afrodita. Cuánto sabes. dijo la muchacha, reclinándose con los ojos entornados sobre nii hombro.
La tenía otra vez cogida por el talle, para que no cayese, y como acercase la cabeza a la mía como al acaso y comenzase a suspirar, la besé rápidamente sobre la boca, dejando resbalar un poco los labios por la barbilla.
Ella me musitó mi nombre al oído, me echó los brazos al cuello y se colgó apretadamente de mí, dándome un beso en la ventana de la nariz derecha. Tuve que apelar a todas mis fuerzas para no caer. Ella, que lo notó, me preguntó si no quería que nos echásemos en la hierba.
Accedí.
Apenas estuvimos uno al lado del otro, empezó a tirarme del pelo y me dijo que yo era eu tesoro, su amor. Resolví mantenerme a la es