68 Amauta en la villa nadie sospechó nunca nada, y cuando el honrado boticario dijo que su mujer era hija de un alto oficial del ejército y de una dama de la buena sociedad, oriunda del Sur de Italia, todo el nando le creyó. Italia formaba parte de la tripe alianza, era un país amigo y, además, el boticario había apartado secretamente una parte de su fortuna y la. puso a nombre de su mujer, como bienes aportados por ella al matrimonio. Lo malo era que Isabel seguía alimentando su caprichosa y cara afición a los vestidos y modelos de sombreros de París, a las joyas costosas, a la buena cocina y a los caballos. En satisfacer estos caprichos gastaba un dineral. Hay que decir en su descargo que creía a su marido lo bastante rico para sostenerlos, pues el boticario, en su arrebato amoroso, le había pintado una fortuna que no tenía en realidad, y esto le obligaba a quedarse por las noches trabajando para tapar un poco los agujeros abiertos en el presupuesto por las dilapidaciones de su mujer; pero lo hacía muy gustoso, como un tributo voluntario pagado a aquella belleza que podía abrazar al acostarse de madrugada con el radiante sentimiento de ser su exclusivo dueño y poseedor.
Al segundo año de està felicísima unión, Isabel dió a luz, entre indecibles tormentos, una niña. El boticario, sacudido por la recia alegría de ser padre, le juró que ese hijo sería el único, pues no quería volver a verla sufrir tanto. desde aquel día Isabel rodeaba a este hombre inocente de unos cuidados y una gracia amorosa que eran la envidia de todos. la niña le pusieron Hilde, pues Isabel confesó a su marido que ése era también su verdadero y primitivo nombre, aunque luego lo había cambiado por el otro, que le parecía más interesante. Isabel te llamabas cuando te conocí le dijo, sonriéndole, el boticario. e Isabel seguiré llamándote. para no dar, además qué decir a las gentes. Pero a la niña la pondremos Hilde, ya que ése es tu deEl boticario restauraba así, sin tener de ello la menor sospecha, la inocencia de la mujer amada, cuya prueba corporal no echó nunca de Años más tarde, inventó, a fuerza de trabajos nocturnos de laboratorio, un específico para fortalecer los nervios, el Nervalux. que tuvo éxito en el mercado y cuya venta le permitía ahora satisfacer sin angustias los caprichos de su mujer y tener un mancebo que le ayudase.
Lo notable era que Isabel se negaba siempre a salir con él de viaje, bajo uno otro pretexto; odiaba los hoteles, y su marido no pudo conseguir jamás que le acompañase a las montañas de Baviera otro verano.
seo.
menos. Por entonces, poco después del invento del Nervalux. fué cuando yo empecé a fijarme en Hilde. Ya hacía tiempo nos conocíamos el boticario y mi padre mantenían una gran amistad de coleccionistas de sellos y nuestras madres eran también buenas amigas. pero nunca la había mirado con los ojos que ahora.
Antes de mi conversación con Ferd acerca del misterio, Hilde era para mí una de esas chicas que los padres le imponen a uno como compañeras de juegos, por serlo ellos de los de la muchacha en sus paseos dominicales. Una de esas chicas con quienes le obligan a uno a ser