Working Class

Amauta 63 res hacia el piso reluciente. Cada vez es mayor mi miedo. Coloco suavemente la copa en la ventana, y oigo al juez decir. Sí; no he tenido más remedio que mandarle detener. Lo siento por su mujer, la pobre, que es una bendita que no puede con él; pero no había más remedio que hacer un escarmiento. No puede tolerarse que ese canalla quiera parar las máquinas e imponerse por la fuerza a los que quieren trabajar. Han oído ustedes que los obreros han organizado una manifestación esta tarde? dice mi madre. Sí, y yo hubiera dispersado a tiros a toda esa gentuza. Somos demasiado liberales grazna el asesor.
Mi padre se queda mirando tristemente al suelo encerado. No sé suspira al cabo de un rato gué va a ser del mundo.
Ya nadie hace caso de la tradición ni de la Moral. en todas las clases sociales ocurre lo mismo. Dios tiene que castigar a la Humanidad. Verdad, verdad asiente, batiéndose en retirada, el asesor. las leyes no bastan. en qué cree usted que consistirá ese castigo divino. añade, volviéndose reverente a mi padre. Acaso en una guerra. responde éste.
El asesor salta de su asiento. Sería grandioso! exclama. Sería un fortalecimiento magnífico para nuestra nación, después de tanto tiempo de pudrirnos en la molicie de la paz. olvidando todos los respetos, leyanta en alto la copa con un gesto insolente, grita un viva! y la apura de un trago. Qué juventud ésta. dice sonriendo con una sonrisa de indulgencia mi padre, y empuña también su copa. todos cogen la suya y la alzan, como si saludasen a un sonriente y próximo porvenir.
Diez minutos más tarde, me mandan a la cama. Beso a mi madre en la mejilla, y doy la mano a mi padre. Mañana es domingo; pero por un día te doy permiso para que duermas todo lo que quieras. No necesitas levantarte para ir a la iglesia. Gracias le digo. haciendo una profunda reverencia, me retiro de espaldas. mientras, ya en mi cuarto, me desnudo silenciosamente, y de pronto, poseído de un extraño miedo, rompo a llorat, llegan del salón, resonando por todos los ámbitos de la casa, las potentes estrofas de un canto guerrero. Esta noche, mi madre no viene a darme el beso de siempre. Tardo en dormirme y no me atrevo a pensar en nada.
En Entreacto. el capítulo siguiente, aparecen, en el preludio bélico, el funcionario, leal repetidor de su Kaisor, y su mujer en evasión hacia una irrealidad literaria, ausentes de lo que se avecinaba, así como los judíos Silberstein encatados de la amistad de Ferd. Frau Kremmelbein iba todas las mañanas a la misa de alba y el fogonero cumplía el mes de prisión a que había sido condenado a despecho del abogdo Hoffmann, lo que a éste no le impedía creer que la solidaridad internacional del proletariado sabotaría la guerra, a la vez que como buen pacifista social patriota se mostraba lis