Amauta 61 ra.
ce: rido, que le ha regalado la señora a la que barre todos los sábados la aceLe toco suavemente en el hombro. Me hace una guiñada, y salimos juntos.
Ya en la escalera, me dice. Ya ví que venías detrás.
En el patio le respondo: Augusto: tu padre es un héroe!
Me echa el brazo al cuello, y así unidos salimos a la calle.
El sargento sigue sentado junto a la charca, con su botella y su revólver desocupado. Oíste cómo cantaban? me pregunta Augusto, ya en la calle. Sí; era muy hermoso. seguimos andando sin decirnos palabra.
Al llegar delante de la residencia de las monjas católicas, me di ¡Lástima que seas un chico rico! Tú no necesitas barrer la calle a nadie; pero te aseguro que tu padre no es un héroe como el mío. Tienes razónle contesté. Si mi padre fuese un héroe, mi madre no me pegaría.
Augusto se queda callado y me retira la mano del hombro.
Examina atentamente el rótulo de esmalte clavado en la pared pintada de gris, donde dice, en letras góticas: Timbre de noche.
De buena gana le preguntaría por qué llevaban detenido a su padre, pero no me atrevo. Temo que haya sido por algún crimen.
Desvío, pues, la conversación, y le pregunto cuándo volvemos a jugar al fútbol. El viernes próximo. En la finca de Ferd. S1 me contesta. Un partido amistoso entre los dos equipos de la Guardia roja. me alarga la mano. Augusto le digo. entonces. no piensas marcharte de ca No me responde. tengo que esperar a que mi padre vuelSube las escaleras de piedra roja y oprime el botón del timbre con el dedo índice de la mano derecha.
Yo me quedo abajo, y le oigo decir en voz baja. Buenas noches!
En el momento en que vuelvo la espalda para salir corriendo, me acuerdo de las galletas de Frau Silberstein, a las cuales se lo debo todo, pues sin ellas no hubiera sabido que el padre de Augusto era un héroe, ni hubiera asistido a los episodios emocionantes del caserón. Tengo que dárselas. Augusto le digo. toma. subo a saltos las escaleras.
En este momento, se abre la puerta y aparece una monja, blanca y negra, como una golondrina grande. Mi madre. balbucea Augusto.
En la mano extendida tengo el paquete. Dios se lo paguel musita la hermana, cogiéndolo, y manda entrar a Augusto.
sa?
va.