60 Amauta Si exclama el chico, yo estoy orgulloso de mi padre!
Frau Kremmelbein se detiene en seco. en medio del profundo silencio que sigue a las palabras del muchacho, estalla en el carrillo de Augusto una bofetada tan tremenda, que me hace estremecerme y perder casi el equilibrio.
Se abre la puerta y en el pasillo aparece Augusto. Tiene el carrillo izquierdo hinchado y rojo, pero en sus ojos no brilla una lágrima. Con el picaporte en la mano, dice, muy sereno, como si saliese a un recado. Me marcho de casa!
Hasta ahora, no había visto la cara deshecha de su madre. Es una cara flaca, seca, apergaminada; son los restos de una cara que lo fué.
Echa el cuerpo atrás, y grita. Vete, vete de una vez a donde quieras! Tarde o temprano, has de ir a parar a donde ahora está tu padre: a la cárcel. Todo el mundo me señalará en la iglesia, en la calle, y ninguna familia decente me llamará para lavar, con un marido y un hijo como vosotros. con un golpe seco cae a tierra desmayada. Tiene el rostro amoratado. La respiración se le detiene. De pronto se ve que tiene algo parecido a un pecho. De la cocina acuden corriendo, con caras llorosas, las hermanitas de Augusto, dos niñas rubias de seis y ocho años. Quieren llevarse también a mamá. dice la más pequeña, que me ha descubierto escondido entre las ropas del pasillo, a pesar de la oscuridad.
Hoffmann es el primero que se recobra del susto. Es un ataque al corazón. grita ¡A ver, traer en seguida agua de colonia. Agua de colonia no tenemos contestó Augusto, corriendo a la cocina ;pero sirve el vinagre.
Hoffmann, mientras tanto, tiende a Frau Kremmelbein en el sofá y le desabrocha el vestido.
Yo, al ver aquello, me pongo colorado.
Augusto vuelve con una botella grande de vinagre. Hoffmann empapa su pañuelo y se lo pone a la madre sobre la frente. Le frotan también con vinagre las mejillas, y se lo dan a oler. Le dan con frecuencia estos ataques a tu madre? pregunta a Augusto el abogado, cuando nota que vuelve a recobrar abajosamente la respiración. Sí dice el chico sin inmutarse. siempre que riñen y mi padre no hace lo que ella quiere.
Hoffmann saca el reloj y toma el pulso a la enferma. Augusto pone una cara como si hubiese perdido un partido de fútbol por culpa del referee. suelen repetirle? torna a preguntar el médico improvisado, poniendo la mano con precaución en el seno de la enferma. veces, pero con menos fuerza. De todos modos, lo mejor será que avisemos a una enfermera, para que la asista esta noche.
Augusto se pone la gorra. Quiere usted que vaya a avisarla?
Sí; pero conviene que sea una monja católica, de esas que no se preocupan de las ideas de sus enfermos.
Augusto se dirige al pasillo y se pone e abrigo azul, todo descolo