Amauta 59 comer. Ay, Dios mío. Dentro de un mes? grita Frau Kremmelbein. El partido se encargará, entre tanto, de velar por usted y por los chicos. la mancha que esto echa sobre nosotros. quién la limpia?
Hoffmann carraspea ligeramente. Si la mancha, la vergüenza vuelve a clamar la mujer del fogonero Dios mío, la cárcel. Yo soy una mujer honrada. Por qué me hace pasar por esta vergüenza? gime y se lamenta en tono lastimero. Camarada. dice Hoffmann, paseándose arriba y abajo.
y prepara una alocución. No me llame usted camarada! Yo pertenezco a una familia decente, y él lo sabía cuando se casó conmigo. Pero entonces era otro.
Tenía ambiciones. a estas horas podía ser ya capataz si no hubieran sido esos malditos libros y ese partido aborrecible. Todo lo ha abandonado, su familia, su porvenir y su mujer, por la política. Nunca saldremos de esta miseria. Viviremos toda la vida metidos en este agujero. yo, aperreada, lavando por las casas para que el jornal alcance para Todo por ese dichoso partido. ahora, esta mancha de infamia Frau Kremmelbein ya no puede dominarse por más tiempo, y se levanta amenazadora, blandiendo el puño. Ustedes, ustedes le han empujado a la cárcel. Ustedes lo han arrancado a la Iglesia y hecho de él un ateo. pensar que a estas horas podía ser capataz y vivir en una casa hermosa. Todos tenemos que padecer por nuestros ideales, señora. logra articular Hoffmann, con su voz asmática. De usted no me da a mí penal grita la mujer. Usted gana lo bastante para permitirse esos lujos. Pero nosotros. Ah, la cárcel, qué vergüenza! la oigo caer, llorando, sobre una silla.
Hoffmann sigue pascándose por la habitación.
Yo no me atrevo a salir de mí escondite.
Oigo la voz de Augusto, que dice. Madre, mi padre es un héroe!
Al oír esto, Frau Kremmelbein prorrumpe en una carcajada tan ruidosa que tengo miedo a que me vean. Bonito héroe que no sabe las obligaciones que tiene para con su familia. Sí, es verdad que pudo haber obrado con un poco más de cautela añade Hoffmann. Hizo bien en impedir por la fuerza que los extranjeros entrasen en la fábrica exclama el chico, muy excitado. Eran unos esquiroles. Ya estás cerrando el pico, mocoso! le grita, furiosa, la madre. Tu padre está en la cárcel, como un criminal, por su culpa. Yo me encargaré de ponerle en libertad, o poco he de valeroigo que dice el abogado. Pero quedaremos marcados para siempre!
Frau Kremmelbein se ha levantado de la silla y recorre la habitación con sus pesados pasos de aldeana. Aunque me explico perfectamente su estado de excitación, no debe usted olvidar, señora, que su marido lucha por una causa noble. por la puerta entreabierta veo a Hoffmann tremolar su cañita.