72 Amauta Ya es decir, cuando corríamos por los campos: No vayamos tan de prisa, pues León puede fatigarse. Fueron los tormentos más dolorosos de mi niñez atolondrada. Ferd había cambiado visiblemente en su trato hacia mí, y una tarde, cuando volvía con su potrillo al establo, me dijo: hora. Tienes que marcharte; te estará esperando Hilde.
Volví a casa como si me hubiesen azotado, pues él sabía que le traicionaba. Quizá porque era la única persona en el mundo a quien quería.
Aquella tarde. Hilde me esperaba llena de ansiedad. Hoy no podemos salir a la carretera me dijo Mis padres han ido al baile de máscaras (los míos habían ido también. Nos sentaremos en el jardín, si quieres. Es tan suave el aire! me cogió dulcemente de la mano y acercó a mí su cabeza, hasta que sentí que su aliento me rozaba la cara.
Tenía los ojos un poco húmedos y la boca entreabierta. Verdad que quieres venir conmigo al jardín? me dijo, sonriendo.
Yo me quedé cavilando para qué querría que la acompañase al jardín. Querría mandarme acaso que le hinchase las gomas de la bicicleta, o que le hiciese otra hélice, o que la ayudase a resolver los problemas del colegio, o. Por qué no quiere salir a montar en bicicleta, precisamente hoy que no están sus padres en casa?
Fui con ella al jardín.
Al llegar al patio, la cogí por el talle, como había observado que hacían las parejas de novios que se paseaban por el parque, al atardecer. Hilde se dejó. Los dos callábamos. Ahora, cuidado con no hacer ninguna tontería. dije para mis adentros ¡Mucho cuidadito! Procura hacer como lo supieses todo, tratarla con mucho mimo y hablarla como si estuvieses enamorado. Oh, Hilde exclamé, qué hermosa está la tarde! No hay ninguna nube en el Cielo y ya empiezan a lucir las primeras estrellas. Así había oído que le decía mi primo a su novia una tarde, paseando por el jardín, aunque ni entonces ni hoy se veía aún una sola estrella en el cielo. Sí. contestó Hilde. y el aire es muy suave. Eso ya lo has dicho otra vez pensé para mí, y repuse, en voz alta. Sí; maravillosamente suave.
Cuando cruzamos la puerta de hierro forjado, con sus dos columnas pintadas de rojo en que dos angelillos soplaban en sus trompetas, mi mano descansaba debajo de su pecho. Ahora me dije debes hablar muy bajito, guardar algunas pausas y suspirar.
El jardín de la botica era uno de los más hermosos de la villa.
Detrás de la puerta negra salía un camino blanco bordeado de tejos y espalderas, que iba, en elegantes ondulaciones, hasta un pabellón recargado de adornos barrocos. Era blanco, le faltaban casi todas las ventanas, y la mayor parte de las figuras tenían rota la nariz o una oreja. derecha e izquierda del pabellón crecían en libertad espesas matas de lilas, espinos y avellanos. Había también un fresno, y dominándolo todo con su ramaja un haya sangrienta. Este árbol era muy añoso,