70 Amauta Me pasaba lo contrario que a Ferd: yo anhelaba, a todo trance y ocurriese lo que ocurriese, tener una explicación.
Tenía que sostener a la muchacha en el sillín, y mi mano, cogida a la barra, tocaba muchas veces la carne suave de sus nalgas. Corria su lado, ayudándola a guardar el equilibrio. El viento le soplaba en el vestido azul, y a veces mis ojos divisaban una faja de carne mate por encima de la media. Cuando la bicicleta saltaba sobre algún bache de la carretera, le bailaban los pechos. cuando se reía con el viento en contra era como si su pelo exhalase una melodía musical. no podía apartar la vista, por temor a dejarla caer.
Llegábamos siempre hasta el álamo. Allí, como ella no sabía todavía desmontar, tenía que cogerla por debajo de los brazos y ayudarla a bajarse. Eh solía gritarme entonces. que me pellizcas! mi mano sentía el nacimiento de sus pechos menudos.
Hilde se sentaba detrás del árbol. Los campos estaban desiertos.
El vestido le caía sobre el cuerpo en desorden, como un abanico cansado. Su respiración era acelerada, fatigosa.
Había observado varias veces que, yendo cuesta abajo, donde todo ciclista prudente frena, ella pedaleaba con más fuerza, para hacerme a mi correr. gozaba lo indecible viér dome jadear. De esto deducía yo que le gustaba.
En el concepto escolástico que las personas mayores se han formado de los niños hay un prejuicio fatal, y es el de su primitivismo. No se concibe que el niño organice especulativamente sus pensamientos; que proceda sistemáticamente, con arreglo a un plan y proponiéndose un tin; calcule, tantee, observe, posea una lógica interior y una manera propia de argumentar. muchas veces, los niños no tienen ya nada de inocentes. sino que son refinados en sus métodos como personas mayores.
Lo que ocurre es que el niño, a diferencia de los grandes. y en esto consiste su inocencia. no viste y disfraza con ropajes de moralidad sus actos y sus sentimientos, sino que ejecuta sin el menor pudor todas las porquerías y crueldades que se le ocurren. Su desamparo consiste en no saber valerse todavía de esos recursos que permiten a los mayores dar un nombre justificativo a sus acciones más ruines.
Empecé a organizar el ataque con arreglo a mi plan. este plan cra diabólico. Yo había notado que los hombres casados, sobre todo si eran jóvenes, y, sin necesidad de estar casados, los novios que se paseaban generalmente por los parques, y hasta los muchachos mayores del Instituto que iban a esperar a las chicas a la salida de la clase y les llevaban los libros, se comportaban con sus mujeres o con sus novias de