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30 Amauta Pero, predominaba, siempre, la nota escéptica del incrédulo beligerante, es decir del futuro radical: al leer la Biblia, tremante el corazón y el alma inquieta. no hallaba la luz de la verdad divina, y sí la duda y el error nefando. por lo que, rasgando las páginas exclamaba desencantado: Oh, verdad, tú no existes en el mundo.
La vida se presentaba descarnada y adusta a los ojos del poeta. Había llegado la mayoridad. Le buscaban los escritores. Pero, la áspera fe de doña Josefa detenía el libre vuelo de Manuel. No deseaba ocasionar dolor a su madre, y prefería imponerse la disciplina del silencio. Sin embargo, ya la familia enrumbaba hacia distintos climas. Francisco se dedicaba a los negocios, la vida social, un algo a la política, y, a la sazón, viajaba cómodamente por Francia y, luego, por España, en pos de los rancios parientes gallegos. Cristina había casado con Don Domingo Mendoza y Boza, limeño de alta alcurnia; Isabel, la menor, al cumplir los veinte años, compraría una vasta propiedad vecina al Convento de los Descalzos y establecería ahí, como deseara doña Josefa, una especie de cenobio, mistura de escuela y convento, en donde viviría entregada a la penitencia y la oración. Manuel se decidió a partir, él también, a sepultar en la soledad su rebeldía. Años más tarde su hijo Alfredo, al conocer aquella curiosa situación familiar, le preguntaría a Prada. ¿por qué no entró tía Isabel en un convento? Manuel, convertido ya en don Manuel, le respondería. Porque no podía empezar como abadesa así fué, en yerdad. El ánimo misionero de los González de Prada requería una condición severa, tal como los había habituado doña Josefa. El mismo Manuel manifestaba ya su personalidad, aunque siempre inclinado a guardar la paz de su hogar y la alegría de su madre.
Por respeto a ello, decidió confinarse en una hacienda del valle de Mala, en Cañete, donde pensaba laborar la tierra y practicar la bienamada química. Pero, antes de partir. su fama de poeta se extendía recibió una carta: el escritor José Domingo Cortez, atraído por el prestigio de Manuel y por unos versos suyos que había conocido, le solicitaba algunas composiciones poéticas y sus datos biográficos para una antología peruana que pensaba publicar. Manuel metió en un sobre varios poemas y, en una hoja, escribió su autobiografía: Nací en Lima.
son mis padres don Francisco González Prada y doña Josefa Ulloa de Prada. Nada más. Había suprimido la nobiliaria partícula de. para confirmar aquel renunciamiento a sus heráldicos cuarteles, firmó concisamente, tal como firmaría en adelante cuanto escribiese, en un acto de ruptura absoluta con el pasado suntuoso de su apellido. Manuel Prada.
En adelante se hablaría de Prada.
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