26 Amauta Las ideas danzaban sin ritmo preciso. En el Colegio de Guadalupe primaba la tendencia liberal, impresa por otro español y masón, don Sebastián Lorente; mientras que en el Convictorio Carolino perduraba aún la huella conservadora de don Bartolomé Herrera, atemperada por el eco de la reacción liberal de sus discípulos. Tiempos de proclamas, folletos, discursos, versos, discursos, declaraciones, discursos, discursos. Manuel simpatizaba con los liberales, pero no quería mcrtificar más a su madre, la pobre doña Josefa, tan severa y ultramontana como incomprensiva y exigente. La tradición familiar alejaba a Manuel de los liberales, adversarios de su padre. En cambio, su educación literaria debía acercarle a los conservadores. En el Colegio Inglés de Valparaíso aprendió a respetar a los clásicos, aunque no al clericalismo. Leyó, pues, no solamente a hiperbólicos románticos, sino escritores del siglo de oro. Además, su idiosincracia, le alejaba de la bohemia en el sentido trashumante y pintoresco de ella. Como conocía directamente a Byron, Hugo, Lamartine, Schiller, Heine, Vigny, estaba a salvo de imitaciones de segunda o tercera mano. En silencio escrihía, pues, sus versos. Algunos amigos que lo sospechaban a través de sus disquisiciones literarias, le instaban para que publicase. Obin sobretodo se empeñaba en ello; pero, Manuel, con dulce firmeza, se negó obsfinadamente. No publicaré nada. Yo debí ser ingeniero y mi afición me lleya al campo, a las matemáticas o a la química. Los versos son puro entretenimiento. Además. mentía. Se mentía a sí mismo, por modestia, por pudor, más que por timidez. Silenciosamente terminaba una nueva obra teatral, porque su corazón se estremecía con la urgencia del estreno, con esa oscura anšiedad, palpitante y aguda, que en las mujeres es como el baedecker del himeneo. Los dieciocho años, vigorosos y gallardos, experimentan la necesidad de proteger a alguien, mezclada al vaho anhelo de sentirse doblegado ante un ser más débil, por pure deseo de estar así. Manuel, a fuerza de haberse acorazado contra presiones familiares y contra su propio destino, sentía la urgencia de avasallarse, de arrojar en un rincón, lejos de todos, la coraza impalpable e invulnerable. Escribía, pues, versos, con más vehemencia que nunca. Escribia y, luego, rasgaba los originales para evitar la tentación de la imprenta. Mas, como la aparición de todo literato solía producirse, entonces, en un teatro cual lo habían hecho los románticos. Manuel no pudo librarse de la debilidad de escribir una comedia: La tía y la sobrina. pieza cómica terminada en önce días. Animado por los elogios de sus íntimos, se decidió a representarla. El censor municipal era, en esos días, don Antonio Arenas, abogado, muy amigo del padre del novel autor. Leyó el doctor Arenas la comedia atentamente. Leyó varias veces el nombre de quien lo había enviado. Repantigado en el sillón comunal, calados los espejuelos, leyó. Pero, su imaginación volaba en pós de aquel doctor de don Francisco a quien tanto había querido. Don Antonio Arenas tenía un espíritu comprensivo y sólida cultura jurídica, pero escaso gusto literario. Pasó, pues, rápidamente las páginas y, al finalizar, estampó, con una firma el ritual Puede representarse. y, enseguida, previa fugaz consulta al calendario, fechó, 16 de febrero de 1867. y, luego, trazó una complicada rúbrica, capaz de confundirse, por lo arabesca, con un fragmento de las suras del Koran.
El pase no sirvió de nada. Manuel había decidido ya no representar su obra. Estaba descontento de ella.