Amauta 23 fecto; pero el arte es el alma misma del hombre. El ocultismo de la Naturaleza se adivina con lentitud prolija. Debussy en la música, Proust y los novelistas de vanguardia plasman la sucesión de los momentos vitales. Es un avance; Soupault mezcla las almas con los colores nocturnos como en una pintura; Breton crea su adorable Nadja, flor de la calle y de la locura; Valery Larbaud, su Fermina deliciosa.
De un lado el arte viejo, la actividad de genios que levantaron la casa del pasado y estilizaron el pensamiento y la sombra. Los imaginarios, los góticos de Boticelli, los renacentistas; Rafael con sus beldades italianas, Moreau de verdes orientales. De otro lado, arte de juventud que va con sus aviones a la ciudad nocturna de los fanales. Son bellas las horas de la libélula que gira en un triunfo de jardines y colores; vive y muere en el viento con hilos de Eros y la ronda breve de la pavo.
nia que se quema en su ideal ardiente. Son bellos como sentimiento la terrura caritativa y el heroismo oculto. Es interminable la belleza con las etapas de su camino siempre ignotas. La emoción que de ella viene es una viva sorpresa, un relámpago verde como una nueva aurc ra; después un recuerdo musical, gentil soplo de ensueño. Desde la curva del camino se escalonan los mirajes rosados, las colinas canoras, las latananzas florecidas. Cae la noche, se encienden luces de ágata y vuelan sombras bosquecinas; a lo lejos tiemblan las lagunas a donde bajan los luceros; duerme la quinta de terciopelo, rumorosa cincila la mansión de las magas y en la ribera mece el mar sus fantasmas espumosos. La belleza es de ongen divino; los griegos la adoraron: Ruskin hizo de ella su religión. El amor es la cumbre de la belleza y la primera virtud. Es espontáneo; ni la inteligencia, ni la voluntad lo adquieren, suele ponerse en fuga con la suavidad que ha traído, nos rinde como el sueño. El principio del amor es una nota de dulzura, algo imperceptible por su tenuidad: nace en lo íntimo del ser, en el corazón y vibra en toda la Naturaleza. Lo hallamos en las falenas de la tarde y en las barcarolas liliputienses de las ribas, en las barandas alegres como avenidas donde juegan los insectos, en las falacias de luciérnagas titilantes y en las sonatas de los cuentos de niños. Está en el corazón y sube la escala de la verdad como un perfume. La belleza es la berceuse de la vida, la emanación de un plano superior, de un cielo; es el principio novador de la existencia, una afirmación y una esperanza. Por la carrera de los años se descubren tonos pristinos en las rosas de los sueños y en las umbelas melodioas, en los kioskos celestes y en las miniaturas de la noche. Hay bellezas que parecen hostiles, inadaptables en este mundo dual de fuerzas encontradas; en este dos terrible de amor y muerte. En la espantable ronda de las almas negras y de las horas vulgares, en el pórtico neblinoso de la retirada, vibra un canto de gracias por la primavera de las flores y la balada del recuerdo, por la belleza del amor, única razón de la vida.