22 Amauta ción entre las artes, sería la primera; pues una pintura o melopeya sin poesía es un signo muerto. El niño desde la cuna sonríe a la bondad y a la gracia; notas de belleza. Después escucha el canto, corre a su primer paisaje; vienen los años y su belleza es amor. Siempre recordará su canto, su paisaje y sus rojos claveles; vuela el tiempo, se va apagando la lámpara y los ojos se velan. De tarde en tarde vuelve la lejana aurora que creíamos muerta: un sueño infantil de átona dulzura o un rostro tenue nos encantan. He visto en una sala marina, bajo el mismo pórtico, con igual sombra azul, la cara en blanco y cielo que soñé antaño. Toda belleza tiene un raro poder, causaría temor como todo lo que parece superar las leyes naturales; más el temor pertenece al campo de lo sublime. La belleza debe ser suave, pues es un movimiento inicial de simpatía. Es difícil distinguir lo bello de lo sublime; el bambú susurrante de la serpiente armoniosa. La belleza es lo bueno como principio puro; es la harmonía del misterio; sin éste se borra en un compás monótono, en la nada. Las bellezas naturales son arcanas; huyen de los sentidos, laten en un continuo despertar; principio de la vida tienen algo de infantil y femenino. La hermosura del hombre tiende a lo sublime, a la fuerza elemental; la de la mujer a la sensualidad, al ideal; por su finura se remonta al punto más alto como la libélula. La clasificación de la belleza sería interminable; existen características generales, afinidades entre la mujer y ciertas plantas y gemas; esquemas raros que se tocan. Las especies espirituales son imperceptibles e innúmeras. Como hay familias y generaciones atávicas de una pasión dominante, así hay especies de belleza que corren una misma línea; un mismo amor las modela y precisa y se plasman en símbolos vivientes. La belleza es una síntesis; ya sea la canción simétrica de los melodistas o las vagancias mañaneras de Debussy: La fille au Cheveux de Lin o el Scherzo de Prokopieff. Lo bueno requiere un juicio; es par y consonante; lo bello es una harmonía ascendente, abierta a disonancias. La pintura es la más objetiva de las artes. Picasso, Chirico, varios surrealistas, la afirman arte propio del hombre, que no imita el objetivo circundante, campo de la fotografía. La naturaleza es bella en cuanto es dinámica. Volidora e inmanente crea estados de alma y múltiples sugerencias. En el sueño de la mañana el canto del ave gris parece que abriera una puerta mágica. La belleza de amor es el gran mito, el primer color, la primera luz, el acento que ha dictado el poema del universo inefable. Despierta en la mañana de las rosas y aletea en los ojos de la rubia que enciende las lámparas de la tarde.
La pasión en los ojos; hay un tremor azul en todas las distancias; un idioma no inventado y presentido que cantará ternura en vez de otras canciones. El conocimiento de la belleza es la sabiduría, la máxima penetración, el clan de un nuevo plano sensorial, la isla del poder y de la bondad creadora. El enigma; los insectos de la noche coloridos e invisibles para el hombre indican un mundo ignorado y sensible. Hay rostros de mujeres que parecen surgidos de esta tiniebla mística. Desde Boticelli hasta Ernst vibra la gloria de los ojos infantiles de la sombra. No es la penumbra espititada que oculta el mito de las cien facciones, es la belleza femina que triunfa en la noche, el apocalipsis de las flores y de las vírgenes. El amor elige a la mujer, la corona de ensueños magos, le pinta la frente y las pupilas de esperanza. La belleza natural y la artística corren paralelas. La Naturaleza supera al arte en extensión, luz y perfume. Nunca se logrará pintar el mar per