Amauta gos peculiares y distintivos, sin desestimar las analogías objetivas que consubstancian el devenir de todos y cada uno de los pueblos de Indoamérica con el de no importa cuál otro país o continente.
América Latina no forma un mundo aparte, extraño a las conmociones mundiales, dominado tan solo por sus propias contradicciones interiores. Al contrario, los factores que predominan en su sociedad, en el desenvolvimiento de su economía y de su historia, son los mismos que rigen el resto del mundo capitalista: la lucha de clases, la plusvalía, el monopolio, el capital financiero, el crédito, la finanza y el intercambio mundiales.
La historia de América Latina, en efecto. como la de Europa, Asia, Africa o Yanquilandia es la historia de sus luchas de clase: los tlascaltecas contra los aztecas, los quitos y los caxamalcas contra los quichuas. Tupac Amaru, los comuneros de Socorro, los negros de Coro, las llaneros de Bloves y de Páez y los gauchos de Güemes, contra los encomenderos, los repartidores y los azogueros. Los agricultores, ganaderos, mercaderes y contrabandistas de la colonia, contra los monopolistas privilegiados y contra la dominación española. Más tarde, las encarnizadas luchas motivadas por las contradicciones feudales o por la insurgencia de las capas burguesas contra la dominación hegemónica de los gamonales. Y, contemporáneamente, los comuneros contra el latifundio, los artesanos y comerciantes contra el feudo, el proletariado contra el capitalismo y contra el feudalismo, las clases oprimidas contra la dominación de las oligarquías financieras e imperialistas.
La sociedad latino americana descansa, como la europea o la yanqui, sobre el régimen de la propiedad privada, sobre la dolorosa, la espantable expropiación del pueblo trabajador. sobre la expoliación del trabajo humano, sobre el lucro y el valor venal elevado a su tercera potencia. La base y los fundamentos de su economía no corresponden precisamente a una economía natural sino a una economía capitalista. Los productos que alimentan y sostienen el desenvolvimiento de esta economía, en el mercado externo y en una gran parte del mercado interno, no son los del feudo, ni los de la comunidad primitiva aún vigente. Son los de las plantaciones, de las minas, de las estancias y los ingenios capitalistas: petróleo y carnes, minerales y azúcar, cereales y cueros, café, salitre y algodón. Actualmente, el maquinismo se impone en forma cada vez más intensa, más compulsiva, más acelerada. Las antiguas formas son aniquiladas y su ruina se prosigue implacablemente. Sus clases sociales sufren una de las más violentas conmociones de todos los tiempos. La expropiación de los productores, la proletarización del antiguo siervo, del comunero de ayer, el acaparamiento de los instrumentos de producción se realiza aquí con mayor violencia, con mayor cinismo que en los países más avanzados. La plusvalía es la savia de la economía latinomericana, la producción y el comercio de mercaderías su motor, la explotación del trabajo humano su medio, la centralización y el monopolio su derrotero. La marcha es, en efecto, confusa y accidentada, pero el camino es seguramente capitalista.
La concepción, muy en boga entre las gentes de la pequeña burguesía, de una América Latina aislada entre el Bravo y el Magallanes, realizando sóla sus propios destinos sociales, es una puerilidad absurda. En esta época de economía, finanzas y relaciones internacionales,