Amauta 71 LOS QUE TENIAMOS DOCE ANOS, por Ernesto Glaeser. Véase los Nos. 28 y 27 de Amauta. Ferd y yo nos quedamos solos en el patio. Vemos pasar a Katinka con un cubo lleno de leche recién ordeñada. Quieres que vayamos a la cuadra a ver los caballos. me pregunta Ferd. Vamos le digo, y allá nos dirigimos.
Los caballos, metidos cada uno en su jaula, sacuden con la cola las primeras moscas de la temporada. Un criado se acerca a Ferd con un cepillo de púas en la mano y le dice algo al oído. Oye, me dice que está naciendo un potrillo. Quieres que nos acerquemos a verlo. Nolle digo resueltamente. No tengas miedo, tonto. Los animales no son como las personas; no tienen por qué recatarse.
Voy con Ferd.
En la penúltima jaula está un hombre con una blusa blanca. su lado, dos mozos de cuadra sostienen unos paños. Es la Frida grita Ferd. va corriendo.
En este momento cruza los aires un relincho, un grito diríamos si se tratase de una persona; la tarima tiembla; se oyen tres coces resonar contra la pared. El hombre de la blusa blanca acude con unas tijeras relucientes, y grita. Cuidado! Los mozos extienden paja en el suelo, y uno de ellos va a buscar agua en un cubo. Sujete usted fuerteloigo que dice el veterinario. Ferd contempla la operación a la entrada de la jaula, apoyado contra una pila de paja. Se le nota un temblor convulsivo de ansiedad. Yo me siento en un cochecito, cerca de la puerta, y me tapo los oídos, pues no cesan de llegar de la jaula nuevos gemidos y lamentos, como si la yegua estuviera muriéndose.
Miro a la cara de Ferd. Es gris y se torna del color blanco de cal de la pared que tiene detrás. Nervioso, desgarra las pajas con las manos. Me aprieto la cabeza hasta que la sangre me zumba en los oídos.
Observo que los otros animales de la cuadra empiezan a desasosegarse y se frotan la cabeza contra los barrotes. Un garañón negro que está a mi derecha, en una jaula separada de las demás, levanta la cabeza, tira un par de coces, intenta alzarse sobre las patas traseras, se encuentra sujeto por la tirante cadena, y relincha. es tan fuerte su aliento, que hace volar la avena del pesebre. Tiene los ojos inyectados de sangre, rojos como tomates mondados. La lengua, que le asoma de vez en cuando, está cubierta de espum a amarilla. todos los caballos de la cuadra saltan, sacuden las cadenas, cocean hasta hacerse sangre, derriban los cajones del pienso y relinchan. De prisa; traed las sogas! grita el veterinario, empujando a un criado con mano nerviosa por detrás de la cabeza. El criado sale corriendo, tropieza con un cubo lleno de papilla de salvado, que se derrama, formando un charco viscoso, cubierto al intante de moscas. De