Amauta 69. Disculpe, capitán. Hay una denuncia de Paita. Contrabando a bordo. Policía. despreció el viejo.
Los tripulantes se irguieron con la satisfacción de la arrogancia del patrón de abordo. Se encrespó el otro. Aquí no hay policía, ni policía, ni nada. Aquí hay un hombre que cumple con su deber! 10 entrega el contrabando o. El contrabando. Sí, el contrabando. Dónde está. sollozó en un alarido el mozo.
No respondió el viejo. Con una calma fría, tranquila, volvió lentamente la cabeza y fijó la mirada en un punto de la pared del camarote. La escena era clara con la lumbre del carburo. La mano del Gaviota se agarrotaba sobre la cacha de la pistola. Mudo, el capitán se quedó mirando hacia ese punto, en la pared. Los ojos del sargento del Resguardo siguieron la mirada de don Charles: allí, en esa pared, guar dado como una reliquia, mohoso y sucio, el cuchillo con que él, el Gaviota, hiriera al pobre gringo.
No dijeron nada. Ambos quedaron mudos, alto el fiero amor de don Charles, rota la arrogancia del Gaviota. La tripulación risoteó con larga y zafia cacha. Sin decir palabra, Gaviria se dirigió al entrepuente, a las escotillas para bajar a las bodegas. Dos hombres de abordo le siguieron para ayudarle por los vericuetes de la sentina. No clareaba todavía. El Gaviota, adelante, con la Browning en la mano. Uno de los hombres portaba lumbre. El otro, ceñudo, a la espalda del policía que atisbaba rincones. De pronto, un puño se alzó a mansalva y Gaviria rodó atontado. Carajo!
Encima de él, a través de la niebla que el golpe le puso en los ojos, vió el rostro prieto de petróleo y barba gruesa de su agresor antiguo.
No se pudo defender. El otro le pateó en el suelo y el muchacho se desmayó sin ver ya nada, sintiendo tan sólo el pie del franchute que le molía las costillas. Pretendió gritar pero el del farol, con pronto golpe, le rompió labios y grito. Desde atrás, desde el duro fondo hostil del bugue en que había vivido, sintió que, de nuevo, le agredía, oscura e irracional, la voluntad mala de los recios criminales del mar. golpearon, golpearon, golpearon. Luego, por sobre la borda, alzaron el cuerpo ya fofo y, plafl, lo arriaron al agua.
El viento parlero y chalaco, los tumbos mansos y dormidos le fueron llevando hacia la ría, allá por el norte. Hacia allá derivó, medio hundido y tragando agua, pobre Gaviota miserable del puerto guapo, deshecha a golpes por sus foscos hermanos de abordo. díscolos y descastados hermanos, torvamente confabulados contra la diáfana alegría inofensiva del muchacho.
Desde lejos, un alba clarita delató el cadáver, y otras gaviotas se alborotaron con parlanchinas estridencias sobre el cuerpo del muchacho muerto en la mar y en su ley.
José DIEZ CANSECO.