68 Amauta ces.
mar. bres, doce en total, iban también armados. Gaviria preguntó a uno de sus hombres. Qué buque es ese. Inglés. Sí, mi Sargento. No se qué bugue será.
Lạrgo rato estuviera fuera, más allá de la primera boya. El viento rizaba tumbos y más tumbos sobre los que subía la lancha sin luLos hombres se acurrucaban unos contra otros cubriéndose del frío. La candelilla del cigarro alumbraba en Gaviria una expresión dura, cruel, alegre.
Cielo fosco y bajo. Una niebla espesa se extendió sobre el Uno de los hombres distinguió sin embargo. Allá dentra! fueron. La lancha saltaba sobre las olas en una presteza policíaca y odiosa. Se pusieron al pairo. Los tripulantes de la lancha abordaron el buque.
Por la cubierta, restos de comida, desperdicios y sacos apilados.
El hedor característico de los buques mal cuidados. Los hombres de guardia a bordo se sorprendieron ante la amenaza de los del Resguardo. Orden de prisión. Nadie se mueva!
Entre la niebla oscura, mal se distinguían los rostros barbudos de los tripulantes. Se adelantó uno. Por qué esa orden. Hasta que entreguen el contrabando embarcado en Paita.
Denuncia de la Capitanía de ese puerto. El Capitán sabrá. delató un cobarde. De fijo.
Gaviria dejó al resto de sus hombres que custodiasen a los otros y guardasen las escotillas. Se dirigió a popa, a la Cámara del Capitán, que seguramente estaría levantado escondiendo las mercaderías, pues el alto no le iba a pasar desapercibido. La cámara estaba, en efecto, con luz.
Con la cacha de la pistola llamó en la puerta. Come in! entró adelantando la Browning. Orden de prisión!
El Capitán se volvió, claro el rostro ante la lámpara vivísima. Don Charles. Gaviota!
Por entre la barba cana y descuidada, el viejo se asombraba de pena. Reparó en el uniforme que lucía en el marco abierto de la puerta. Tú. Policía?
La voz se le quebró al muchacho. Don Charles. Don Charles. Qué buscas aquí. endureció el tono el viejo.
Gaviria no pudo responder al pronto. Volvió el rostro hacia la cubierta. Sus hombres, desnudas las morenas pavonadas pistolas, cercaban a los tripulantes foscos. Entre algunas duras expresiones creyó reconocer: Levecq, Bossio, el franchute a quien pateara después del temporal ese, allá por las Azores. Los ojos, de un azul de acero, se hincaban en las pupilas húmedas del Gaviota. Tomó coraje: