62 Amauta to.
Lacia la melena, achinados los ojos, alto el busto y los labios pintados, tenía un aspecto refinado y hablaba con elles fuertes imitando a los argentinos. Nativa de Chimbote, sin embargo. Gaviria había aprobado. Güena, pa quel Cuando la orquesta comenzó ese vals: Sal, morena a tu balcón. el Gaviota invitó, con permiso del Chino, a Diana. No era el vals lento, armonioso, lánguido que hemos visto en las películas con motivos de operetas vienesas, no. Era una danza cortada, rápida, con una agresividad sensual, propia de estos criollos violentos y camotudos.
Poco a poco fueron llegando fletes rubios y achispados. Sin des tocarse, entraban directamente a la cantina. Doña Mercedes, propietaria de este palomar nocturno, saludaba con una inmensa sonrisa que mostraba las caries de la dentadura rutilante en oro. Coñaques y vinos fuertes. Dólares y florines. Después, dos mujeres de sombrero. Se delataban como niñas de rango. Las guió doña Mercedes al interior de la casa. Tornaron más pintadas y sin sombrero. La jarana ardiendo y los gringos borrachos. Se generalizó el baile. En un revuelo, el chino Narváez se acercó a Diana que seguía el vals con Gaviria. Perdona, compadre. Diana, pégate a ese tráido de la cachimba. Tiene güilla y stá en bomba.
La otra se desasió del mozo y fué a donde el camote le señalaba.
Onduló un poco, le echo el humo del cigarro y le sonrió con picardías. Buenas noches.
Narváez y el Gaviota fueron a la cantina. El chino se sentó en el mostrador. Una Pilsen. No, pa mi un whiskey con agua. Tás fino. Costumbres.
Ante su whiskey, Gaviota comenzó a hablar al otro de la vida que llevaba. Vivir de una mujer. Hágame el favor! El chino bebía a traguitos su cerveza. De pronto, le cortó la palabra. Déjate de vainas. Vo a trabajar. ganar tres soles, ly esol, po acarrear adobes. No me vengas! el día que uno se duerme porqui a jaraniao un poco, no se come. No me vengas! zamparse a una fábrica o al Vulcano aonde le sacan a uno el quilo. Ayayay! enmudecieron. Las cenizas de ambos cigarros estaban crecidas.
Con el meñique sacudió la suya el Gaviota y murmuró. Tá mañana. Te vas. Si. Ya stoy borracho. se fué. En la sala, tumultuosa de la jarana, le detuvieron Cepeda y Evaristo. El otro les prometió encontrarse con ellos, al día siguiente, en El Descanso de Livorno. No, qué se iba a quedar. Hasta mañana!
Fuera, la calle ya en silencio. Un policía pitaba la hora. Luego el cigarrillo iluminó sus ángulos de bronce cholo. Se dieron las bue