60 Amauta ¿Volver a embarcarse. Ni de vainas. Dónde encontraría otros amigos fuertes y duros para viajar en su compañía? Y, además, habría de ser, como antes, el nuevo. No podría comenzar sino de grumete, siendo el último, trincando el coy. durmiendo en cubierta y aguantando calores y fríos sin una queja, dentro de la más dura disciplina y siendo el primero en el trabajo sino quería morir de hambre en los dos metros cuadrados de un pañol cualquiera.
Estiró su colchón, dispuso su saco y fué repartiendo por las esquinas de la pieza las chucherías compradas en tal o cual puerto: Con dos clavitos puso la fotografía que le tomaran en Amsterdam: aparecía con gorra, camiseta de jersey y en compañía de él, de don Charles. Luego colgó la imagen del Señor de los Milagros y bajo la oleografía del Cristo puso una jarrita de loza comprada en Vigo, que más tarde portaría flores que aromaran las agonías del santo señor. Después salió a comprar un baúl.
Por la calle Lima estuvo vagando un rato. Una sensación de extrañeza le tomó al encontrarse, otra vez, en su tierra, en su Callao, viendo rostros familiares, devolviendo los saludos de bienvenida de los amigos apostados en las puertas de los bares y fondas japonesas.
Allí, en la puerta de El Descanso de Livorno estaban Cepeda, el chino Narváez, Evaristo Contreras. Viejos camaradas desde la infancia. Con grandes aspavientos le llamaron. Bromas y abrazos. Contreras sacó una cajetilla de Estanco Obrero. Ofreció tabaco. ċTás trabajando e nel Estanco. Sí, per es por la patada. Dentré a trabajar áhi pa jugar por el primer equipo. Trabajo como todos, si, pero pagan más. Ahá. tú. No he güelto a jugar. bordo nu ay cómo. Demasiao trabajo pa guardar tiempo al fúrbol.
Luego preguntas, largas preguntas sobre los viajes del Gaviota.
Este contó líos y baraúndas. Aventuras con mujeres. Calores de Centro América. Fríos de la alta Europa. Toros de España. Toda la historia del trabajo a bordo. Los tedios de la navegación, las alegrías del arribo. Dentremos a tomar algo. invitó Contreras. Yaque.
Don Nicola sirvió media docena de cerveza. Sobre el mármol de la mesa, fósforos y, cigarrillos. Junto al zócalo se apilaban botellas y botellas. Los cuatro amigos charlaban y charlaban. El chino Narváez confesó que no tenía trabajo pero era camote de una mujer de la calle Constitución. Una hembra! Cómo se depi, compadre!
Cepeda justificó la hipérbole del otro. Narváez ofreció a Gaviria presentársela. Con tal que no mi agas la contra. Cojudazo!
Pidieron más cerveza.
Se achisparon rápido. Docena y media de Pilsen Callao se alineaban en el suelo y sobre la mesa. Con toda exactitud cada cual pagó lo que había pedido. Hablando fuerte y bromeando, marcharon a la Plaza del Mercado, a comer en la fonda de un chino. Un bullicio sordo ambulaba por bares y cafeses. Unas victrolas estruendosas pla