58 Amauta Yo, maricón. Yo, maricón? la bulla llegó don Charles. Su alta figura se marcó en la sombra de la escalerilla. El Capitán. Ahál barbotó el Gaviota. Decían estos carajos que soy demasiado bonito pa grumete. decían. prosiguió en un hipo de llanto, que usté, don Charles se aprovechaba eso. a mi, nadie. entiende? nadie si atrevido nunc a decirme eso! como un loco, sin qué ni a qué, abrió su enorme cuchillo de muelle. acaso con el vago deseo de probar que con ese gringo no tenía nada, se precipitó sobre él, montando el pulgar sobre el lomo de la hoja, para rajarlo de abajo a arriba. Don Charles, lentamente, esquivó el golpe al vientre y lo recibió en la mano tatuada, ancla con dos coronas. que en un instante se tiño de una sangre que cegó al Gaviota ya atontado. El gringo le desarmó y, anudándose un pañuelo, ordenó tranquilo. Otra vez, ſal pañol de cadenas!
De La Guayra al Callao, quince días. Quince días lentos, espesos, inútiles para el trabajo, inútiles para el descanso.
Gaviria no salió de su encierro nada más que para ir a los lugares. eso, acompañado de centinela. Después, al pañol de cadenas.
Alguna que otra vez preguntó como seguía el Capitán de su corte. He all right.
Un poco de yodo y otro poco de ginebra sobre la carne cortada.
Un vendaje que no se cambiaba sino de tarde en tarde, y la costra fué creciendo espesándose, hasta que un día se cayó. Una larga cicatriz rosada le quedó sobre la mano fuerte, atravesando el dorso desde al pulgar al meñique. al juntarse la boca de la herida, se habían, también, juntado, por sobre el ancla tatuado, los dos corazones que el gringo llevaba como la enseña de una inquietud lejana y ya perdida.
Una tarde, a las cinco, asomó Levecg. Come here. Qué pasa Llegamos al Callao. Vas a desembarcar. Da gracias a que don Charles no te mete preso. Sal.
Fué a su litera. En la cámara unos hombres charlaban vagamente alrededor de una tetera humeante. Al entrar el Gaviota, enmudecieron. El muchacho arregló sus cosas y fué a ver a don Charles. El gringo había puesto sobre su mesa unos montoncitos de soles y medios soles. Sin mirarle a los ojos, ordenó. Ahí está su paga. Vea si está conforme. Cuéntela, cuéntela!
El otro contó las monedas. Tá bien, señor. All right. Yo creí que eras un hombre. No eres sino un muchacho. Otro te hubiera dejado seco de un tiro. Tuve calma.
No me lo agradezcas. Desembarca. Loevy te llevará en el chinchcrro. Y, nunca compres cuchillo. Mire, señor, yo no quise ofenderlo. Jué la sangre que me quemaba. Abajo dijieron una cosa que no pude aguantar. Yo no quise ofenderlo. Si alcé el cuchillo, isabe Dios por qué juél Burradas que uno hace. Disculpe y adios.
Yo siempre.