Amauta 57 (Viene de la página 52)
en Cerro el puño y el franchute fué a dar contra un palo. Esto, a vista del Capitán. del Capitán! Bossio intentó contener al muchacho y él, sin saber a quien, creyendo acaso que le agredían, alzó el pié, pata chalacal y lo aventó a las costillas del italiano que se quebró en el golpe. Hasta que le apercollaron. Barbotó don Charles: Al pañol de cadenas! allá, dos metros cuadrados, largos minutos requinto a todos: a Bossio y a don Charles, a su cacho y al franchute, a todos, ja todos! Odio y maldijo hasta cansarse. Se entredurmió un rato.
Una voz le sorprendió risueñamente. Gaviota, sal ajuera. No puedo: mi an castigao. Sabes qui or es? Las ocho. mi rancho. Por eso vengo. Don Charles dice que ha sido una muchachada y dice que ya salgas del castigo, ya. Tá bien. después. regresó. No mi a dicho nada. Vamos.
Iban navegando con la mar ligeramente atravesada. El Albatros corría con suaves bandazos, como si en cada uno de ellos hurtara el cuerpito para no aguantar porrazos. La noche clara y calma. La brisa estaba ya fresca y suave. Altas las estrellas viajaban también, prendidas en las puntas de los mástiles. El voltaje bajo amarillaba las escasas luces de la cubierta. En la toldilla de popa dos sombras caminaban en corto paseo de estribor a babor: Al bajar por la oscalerilla que conduce a la Cámara, oyó su nombre. Paró la oreja prudente. Engreído. Si don Charles lo consiente! Tenía que engreir. se. Pero hacer boche en la cubierta. Lo deben haber zampao al pañol a pan y agua. Qué pañol ni que niño muerto! Ahorita ordenó don Charles que lo sacaran, porque dice que no jué su intención de ofender a na Don Charles lo quiere: debe ser su hijo. Qué hijo! Lo que tiene es que se le ha acoderao al gringo con cariñitos y aceite. No frieguen! Ese muchacho es un buen grumete. Grumete. Ayayay. Grumete? Demasiao bonito pa grumeGaviria palideció como si se mareara. No le importaba que supusieron de él, todo. Cualquier cosa! Pero. eso. Demasiado bonito para grumete. don Charles. Se aventó a la Cámara. Por las miradas se dio cuenta de quien había sido el canalla que tal se le ocurriera. Alzó un banquillo y lo estrelló sobre el cobarde. Una baraunda de vasos y platos de estaño, las interjecciones sordas y el grito furioso, destemplado, femenino, silbante, del mocoso que se abrió a puñetes. En el primer instante la sorpresa desarmó a los otros. Kalúa se torció con un cabezazo en el pecho. Carrizales se restañaba la sangre de una mejil que un puntapié del Gaviota abriera. Los cuatro o cinco restantes tenían golpes sin importancia y ya comenzaban a devolverlos al muchacho que respiraba furia: dies.
te.