Amauta 51 dades que decoraban sus recuerdos. Nunca la hembra honesta que fuera novia absorta, en playas parleras. Nunca le esperaban. Jamás tuvo carta que no fuese de los Armadores o de las Agencias esparcidas por el mundo. Jamás la letra apresurada de la mujer que espera. viviendo solo, sin más recuerdos queridos que los que guardaba de Paita, sin tener qué esperar ni qué querer, el gringo puso toda su inconsciente capacidad paterna en el criollo chalaco. Hubo mimo y complacencias mal comentadas por la tripulación severa y celosa. más de una vez, inexplicable desobediencia de la disciplina, el muchacho fué a pasar algunas horas de la tarde a la Cámara del Capitán, y acariciaron por igual una botella de ginebra. Otra tarde, puestos unos dólares sobre un periódico atrasado en un año, Caillaux, el marsellés bigotudo, había limpiado los bolsillos de don Charles, Brown, Levecg, Bossio y Gaviota. Es decir, el criollo alternaba ya con la plana mayor del buque. Levecg y Bossio eran marinos de las flotas mercantes de sus respectivos países. Ambos oficiales agregados al escalafón militar. Abajo, las gentes de máquinas que miraban al Gaviota de igual a igual, se habrían pasmado de encontrar esta familiaridad al cabo de seis meses de camaradería.
Pero el muchacho, instintivamente, supo guardar distancias sin permitirse confianzas. a la vez que supo tener chungas y as: pavientos de burlas, supo, también, tener maneras de respeto.
Esto le acrecentó amistades. Pero nunca faltaron hostiles desconfiados y díscolos.
Dos nuevos muchachos se embarcaron. Uno, en Cuba, el otro en el Havre. los dos les fué enseñando pacientemente las tareas simples que a ambos competían. por inmedianías de edades, los tres mocosos anudaban compañía. aquella noche, no se sabía cuál porque las fechas a bordo son todas iguales, se estuvieron jugando un poker baratito. Les sorprendió Caillaux. Galo y cubano tuvieron arrestos. Al chalaco, ni hostia. SOS.
Mares escandinavos. Mares de los trópicos parleros. Costas azules de contornos vagos entre las nieblecitas vagabundas. Puertos sombríos de vahos petroleros. Cisco de Cardiff. Acidos y sales de los rígidos cueros argentinos. Ménstruo acidalio de la mar enferma en períodos femeninos. Selvas espesas de Centro América.
Puertos aromados de té y sándalo: Ceylán, Saigón. Todos los olores de todas las latitudes en las narices absortas de los hcimbres sabueModorras espesas de los mulatos jamaicanos. Toda la gama del hedor humano en la pituitaria del chalaco aventurero.
Después, las borracheras en el apresuramiento de descanso ficticio. Tabernas de humos espesos que se cogen con la mano, y que altos abanicos de palmeras remueven junto con las cortinas indianas y colorinas. Precoces desconfianzas por las mujeres que corren. de mano en mano, como monedas falsas y enojosas. así, vivir, vivir sin afectos, sin trabas de sentimientos ni arrullos de mujeril zandunga enamorada. Sólo el favor fuerte de don Charles. Y, las desconfianzas de los camaradas que vieron esos favores como injustos, porque el muchacho no hacía más que los otros.
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