Football

82 Amauta En este momento, se levanta en la calle una gritería atronadora, un coro acompasado de carcajadas Ja, ja, Jali Ja, ja, jal. un sonido seco y claro como si batiesen huesos.
Las piernas delgadas del comisario hacen una pirueta cómica.
Junto a él, el pobre guardia, sudoroso, lucha como un león contra la pasividad burlesca de los obreros. El semblante de Persius ha perdido la compostura obligada; tiene la cara roja como un cangrejo cocido, y después de pasar dos veces la lengua por los labios chilla. Todo el que haga resistencia será detenido. Inmediatamentel vuelve a bramar; pero en el fuego de su voz se quiebran las vocales.
Los obreros le dan una pita descomunal. Son silbidos estridentes que resgan el aire. Como los de los pitos de los árbitros de fútbol.
Silbidos claros y aguzados como el vidrio. Las mujeres, asomadas a las ventanas, silban también, pero en una nota más baja. los que no saben silbar, chillan, como la vajilla cuando se hace añicos. Marrano. chillan Marrano. El caserón entero grita y silba como loco. De una ventana, encima de la puerta, derraman un orinal. Mierda! exclamia el guardia del sable grande, dando un salto atrás. Cumpla Ud. con su deber! le grita el comisario, zarandeándole del brazo.
El guardia desenvaina.
Sale el sargento, que está, naturalmente, borracho, esgrimiendo el revólver, que tiene derecho a usar como portero.
Uno de los dos guardias que escoltan a Kremmelbein desenvaina también.
Se forman en plan de ataque. Persius, a retaguardia.
Extiende el brazo.
En lo alto de la escalera, Kremmelbein el fogonero, con las manos atadas, se ríe. Despejar la callel grita Persius.
Una tempestad de carcajadas.
Encaramado en lo alto de la pared, pienso. Ahora! y tiemblo de emoción. En guardial grita otra vez el comisario.
El piquete se dispone a atacar.
Sobreviene un silencio inquietante. del fondo de este silencio se alza, como la nota profunda y rotunda de un órgano, una voz en la que no tiemblan la excitación ni la cólera. Camaradas, dejad la calle libre. Cállese usted, chilla el comisario, volviéndose al fogonero, y da orden a los guardias de que ataguen.
Pero antes de que puedan llegar al enemigo, la puerta queda libre. Los obreros se han replegado silenciosamente contra la pared en que yo estoy encaramado. Todos los ojos están fijos en Kremmelbein.
El fogonero sonríe, entre los guardias. Gracias, compañeros! hace ademán de levantar las manos esposadas, esbozando un saludo.
Persius no puede contenerse de rabia. Da una patada en el sue