Amauta 25 tientos, echar botones, esquilar, tusar, bolear, curar el mal del bazo, el aba, los hormigueros y que se yo cuantas cosas más.
Pintoresca y maravillosa esta vida de esfuerzo del campesino argentino, pero no solamente del argentino. Por eso Segundo Sombra es una novela de alma americana, honda y fuerte. Por que no es allá solamente donde el hombre tiene que ser fuerte y valiente ante la naturaleza y los hombres. En el Perú, por ejemplo, se presenta el problema de la lucha con el ambiente en forma más intensa, si se considera que allá se pelea con la pampa y se la conquista. Mientras en el Perú, la lucha dura es en la montaña andina, rocallosa y bravía.
Nuestros paisanos doman caballos, aquellos sunichos enanos y veloces, en las faldas de los cerros. Prendidos a las crines de los caballos salvajes nuestros chalanes sueltan la rienda por los caminos que suben a las montañas, donde a cada paso se alza una afilada roca en espera del cráneo del domador. Yo he visto en la meseta puneña aquellos caballejos chúcaros traídos de las lomas moqueguanas. Aquellos asnos que nunca han recibido carga en los lomos. también aquellas cruzadas de las mesetas y de las cordilleras que nuestras arriadas efectúan, llevando ganados a la costa o las minas bolivianas es que tenemos en la vida de nuestros paisanos, un venero inagotable que explotar. La vida peruana no es solamente aquel pueblo sin Dios descripto por César Falcón. La vida peruana hay que vivirla en la inmensidad del campo, por donde moran los mozos trejos. domadores, castradores, veterinarios, curanderos, que tienen que luchar además con la montaña de 5, 000 metros de altitud enrarecida de oxígeno, a la conquista del pan.
La vida peruana está no solamente en los paisanos ganaderos de la sierra, que duermen en la pascana a la luz de las estrellas y hacen hervir el charqui y las lonjas reconfortantes al calor de la bosta humeante de las punas. Está también en aquel tipo de conquistador tremendo que es el cauchero, machete limpio, desbrozando espesos ramales en las selvas, abriendo caminos que se pierden como la huella de los navíos en la mar. Está así mismo en la de aquellos buscadores de minas, cateadores de minas. taciturnos, obsesionados, que duermen en las cumbras sobre sábanas níveas y bajo la lámpara de la vía.
Al leer Don Segundo Sombra, la célebre novela de Ricardo Guiraldes, yo he recordado con honda emoción mis primeros años serranos, lo expreso acá sin vanidad, más solamente para dar una muestra de lo que es la vida de esfuerzo en nuestras serranías.
En la meseta puneña el indio acarrea los flacos ganados por muchas leguas, acampando furtivamente en bofedales verdes para ahorrar forrajes. Junto al hogar hecho en plena altipampa, al crepitar de la tola. he visto desollar carneros, arrancándoles el pellejo rasgando como una seda, con el puño apretado entre el costillar y el cuero, después de haber abierto un ojal al tajo filudo de una cuchilla. He sentido bajo el cielo frío de las noches de puna, el olorcillo de los chunchulís. de las quíuchas. ajaranas. sobre las parrillas candentes.
Sobre el chuñawi helado, las carnes agrietadas por el azote de la tempestad, he visto arder las hogueras de San Juan para que proteja los ganados. En el lago, encrespado increíblemente en las lóbregas noches de agosto, impelido a la fuerza del intenso viento, la diminuta ba!
sa de totora, con dos pies de calado sobre la superficie oscura y abis