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12 Amauta lo existente. Pero el heroísmo está ahí, en lanzarse a esa búsqueda y no capitular, no entregarse cobardemente, dejando caer los brazos en un gesto de renunciamiento supremo. Ella no capituló. Hay que ser como una bujía que arde por los dos extremos. 8) era su máxima favorita. Pero en ella esta llama constante tuvo todos los matices: desde la tímida luz de la ironía tierna, en que se complace para con sus intimos su jovialidad perfecta, hasta el potente resplandor de su clarividencia política, igualmente alerta en sus primeros ensayos de los vein. te años y en sus últimas palabras sobre la Revolución Rusa, durante los días inmediatos ya a las jornadas del año 19. Porque esta doctora revolucionaria, que no se saciaba de contemplar el mar y amaba las flores nacientes de la primavera, poseía el más agudo talento político de todos sus contemporáneos socialistas, excepción hecha de Lenín. La política era el elemento en que ella se movía como el pez, en el agua. 9) dice a este respecto su amiga Luisa Kautsky. en seguida hace notar su intransigencia, su intolerancia absoluta en esa materia, bien que fuera amable y accesible en todos los demás aspectos de la vida, su desesperado aferrarse a la línea de una idea para seguirla sin vacilar en toda la longitud de su trayectoria. Pero semejante modalidad, bien que cierta, no era en manera alguna la resultante de un fanatismo ciego, como se dijo y se repitió en todo el mundo al conocerse la noticia de su muerte. Nada más alejado del amor sin por qué de los fanáticos, que esta clarísima inteligencia, razonadora hasta el límite de la dialéctica, investigadora, erudita y profunda. Por encima de la hoguera de fe en que se agitaba su alma, su entendimiento permanece siempre inalterablemente sereno y perspicaz, y al reflejarse el uno en la otra, dan a su personalidad política esa extraña armonía de exaltación y de seguridad, con que se destaca por encima de todas las otras figuras de la revolución alemana, aun muy por encima de la de Carlos Liebknecht, su compañero de causa y de martirio.
Ella había comprendido perfectamente, en noviembre de 1918, que Alemania nº estaba aún preparada para el golpe de estado comunista. en la sesión preliminar al estallido de la revolución, había fijado un programa mínimo para ir con él a la lucha, por ser a su juicio el solo que permitían las circunstancias.
Para ella no fué nunca el marxismo la palabra sagrada delante de la cual es preciso permanecer en adoración perpetua. Comprendía que allí estaba el punto de apoyo siempre seguro, pero al mismo tiempo se daba cuenta que el brazo de palanca debía tener toda la longitud de los años transcurridos, que modificaban las condiciones en medio de las cuales la doctrina fuera formulada. Siempre tenía a la mano los textos de Marx, pero no para entretenerse en largas y teológicas discusiones al estilo de las grandes figuras del socialismo alemán, sino para tomar el impulso y seguir luego por su cuenta hacia la realidad viviente que en torno de ella se movía y alentaba. Jamás se nutrió con la ilusión de una victoria fulminante del socialismo, a raíz de una decisiva revolución social. Pero la idea de una derrota no la aterrorizaba; para su criterio, la mejor manera de mantener potente y eficaz la acción revolucionaria, es la intervención continua, el avanzar y el retroceder, el triunfar y el Su perspicacia política va hasta sondear a los hombres y con una caer. 8) LUISA KAUTSKY: Prefacio de la obra citada de pág. 11. 9)
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