8 Amauta zación industrial, se estaba produciendo casi únicamente una novela de lujo. La novela popular era abandonada a los autores revolucionarios o fabricada con viejos moldes, con gastadas matrices. Hay que prevenir la pérdida de una parte del mercado lanzando una nueva manufactura, que tenga en cuenta la evolución del gusto y las necesidades de los consumidores.
No es a causa de un honesto retorno a la objetividad y al realismo que surge el populismo. Entenderlo así, sería caer voluntaria o distraídamente en un engaño. El populismo se caracteriza íntegramente como un retorno a uno de los más viejos procedimientos de la literatura burguesa. Un crítico de Le Temps no podría amparar otra cosa. Ninguna tolerancia, ninguna esperanza son, por ende, concebibles respecto a este movimiento.
Nos interesa la sinceridad, la desnudez de la literatura burguesa.
Más aún, nos interesa su cinismo. Que nos haga conocer toda la perplejidad, todos los desfallecimientos, todos los deliquios del espíritu burgués. Social o históricamente, nos importará siempre más una página de Proust y de Gide, que todos los volúmenes de los varios Therive del populismo y del Temps. Artística, estéticamente, la única posibilidad de perduración de esta literatura está en la más rigurosa. y escandalosa sinceridad. Sobre la mesa de trabajo del crítico revolucionario, independientemente de toda consideración jerárquica, un libro de Joyce será en todo instante un documento más valioso que el de cualquier neo Zola.
Zola, el viejo, el grande, fué como ya he escrito la sublimación de la pequeña burguesía. Pequeño burguesa, pero con los más despreciables estimas de degeneración y utilitarismo, es toda especulación populista en la literatura y en la política contemporáneas.
Ernst Glaesser, que a todos los que consideramos y entendemos la época desde el mismo ángulo social, nos merece sin duda más atención que André Therive, nos habla del hombre sin clase y lo define así: El hombre que, a causa de la guerra, ha perdido su fe en las ideas de su educación, el hombre que no crée ya en ninguna fórmula; el hombre que en vano ha combatido un día por ideales; el hombre que, por esto, no se entrega más a un programa, a una teoría del universo; que se mantiene conscientemente alejado de toda interpretación de la vida. Los partidos llaman a estos hombres la gran masa de los abstencionistas; nosotros los llamamos la gran masa de los desesperados. Es este el tipo de hombre que importa hoy, pues se cuenta por millones. Es el gran enigma en el pueblo; constituye una gran capa anárquica a la que nada protege ni doctrina universal ni programa; es instable, es la materia prima de nuestro tiempo. Cuando intenta precisar la clasificación social de esta capa, Glaesser no sabe decirnos sino que se encuentra entre el proletariado y la pequeña burguesía.
Aún aceptando la existencia de una cantidad innumerable de declassés. el estrato en que piensa Glaesser no es otro que la pequeña burguesía misma. Glaesser quiere que el arte traduzca el hombre sin clase. pero no según el método naturalista de descripción de una variedad, de un género social, sino como introspección en lo más patético e individual de su drama de hombre sin esperanza, de alma centrífuga y si eta. los libros en que piensa Glaesser a propósito de esta tarea actual del arte no son, por cierto, las mediocres especulaciones neo