Amauta renta si desistía de su empeño, todo fué en vano. Ella no quiso oír nada pues no decía más que amaba al muchacho (se sabía muy bien, aunque sin tener pruebas absolutas, que la criada había tenido antes, otras aventuras amorosas, que las tenía entonces y que las tuvo después. pero lo que ella quería era apoderarse de toda la fortuna.
Se cedió por miedo al escándalo. El tío tenía horror al ruido, y el sobrino, ya en aquella época, era bastante tímido.
Pero contra todas las previsiones del marimacho, el tío desheredó al sobrino. Entonces empezó para los cónyuges una vida de privaciones y de desdichas: el esposo, a pesar suyo, no había podido conseguir más que empleos irrisorios. Nada le salía bien. Estaba casi en la miseria. así, fuertemente unidos, ambos arrastraban aquí abajo, su pesada cadena: él, que había nacido para no hacer nada; ella, que no se consolaba de ver desvanecerse sus sueños de opulencia.
El había intentado una vez huír del lado de ella, y hasta en un rasgo de audacia, impulsado por sus amigos, trató de divorciarse.
Vanos esfuerzos. Ella le tenía férreamente agarrado. Por vonganza! Vencido, volvió atado de pies y manos, a la cárcel conyugal. así pasaron treinta y ocho años languideciendo ella junto a su burro de carga. En lo sucesivo, yo veía de vez en cuando a aquellos dos infelices, a fin de ver también, lo confieso, a la joven Teresina. como consecuencia de esto, cuando Teresina tuvo diecinueve años, nos dimos cuenta de que nos amábamos. Pide mi mano a mi tío, murmuró Teresina, aquel día memorable en que cambiamos las confidencias más importantes y más sublimes.
Seguían viviendo en la misma casa, en el mismo miserable albergue. La decrepitud había hecho tales estragos que parecían dos momias.
La mujer no podía ya salir, pues se hallaba imposibilitada a causa de la parálisis de sus piernas. La entreví a través de una puerta entornada; su mirada a la vez desesperada y rencorosa brillaba en un rincón de la habitación. El, en el otro cuarto, movía la cabeza sin cesar como un muñeco, y tiritaba delante de una chimenea sin lumbre.
Yo le expuse mi sentimental demanda. Hágase vuestra voluntad. exclamó con voz temblorosa. Pero no le asusta a usted ese matrimonio sin fortuna. Nol, contesté con gran firmeza.
El, entonces, miró a derecha e izquierda, y viendo que estábamos solos, me guiñó el ojo y se inclinó hacia mí. Escuche usted, me dijo en voz baja. Teresina será rica, porque yo le legaré mi fortuna.
Yo me sonreí cortesmente, ante aquella dulce ironía, muy respetable en boca de aquel anciano.
Levantó su mano que temblequeaba y añadió con solemnidad, y siempre en voz queda. Sí, yo soy rico. Lo he sido siempre. Pero lo he ocultado, lo he ocultado por todos los medios, porque la detesto y no he querido que ella se aprovechase de mi dinero. He preferido privarme yo de él durante toda mi vida. Sí, lo he preferido.
Echó hacia atrás su cabeza cubierta de escasos cabellos blancos, movió sus apagados ojos y fijó su mirada en el techo.