Amauta belleza inmanente y apenas entendemos la sucesión de fenómenos. Sentimos y esto es todo. La belleza estática sería primordial si contuviera en sí los atributos que exterioriza el movimiento. Qué hermosa y divinal sería la faz humana si en un segundo expresara todas las alegrías y las tristezas, los deseos pasionales, las causas adivinatorias! En su contemplación sentiríamos el entero amor, la esperanza consoladora.
Sería la celeste luz que ahuyenta la tiniebla extraña; un constante amanecer como una nueva verdad. Estaría siempre encendida, como la lámpara de Dios. Pero la belleza inmóvil sólo dura un momento con su pristino fulgor, un parpadeo. En primer lugar nos emociona; luego nos incita al estudio, que es un dolor. El éxtasis se apaga como la luz de una luciérnaga, como un fuego verde. La estética se funda en el movimiento. Cuando el movimiento es subjetivo, propio del observador, podría ser una negación y de ninguna manera una prueba. La belleza tiene que consonar con las palpitaciones de la vida; porque es lo superior que hay en ésta y el primer motivo de amor, desde la nursery de nuestros sueños. La belleza es tenue, impalpable, la azul neblina que tamiza los molinos de viento y los castillos almenados, las mansiones errantes. Las más vivas sensaciones se reciben en un movimiento rápido, en un vértigo. Quedan como un recuerdo viviente, como un negativo hasta el instante imprevisto de la exteriorización. He visto pasar velozmente bellezas inexpresables, que una vez quietas y fijas han perdido su encantadora celestía. La movilidad es eterna como el tiempo; lo extático es una especie de muerte. La línea en fuga es un constante milagro. Los ojos azules cuando se pierden en un vuelo adquieren un color innominado. La inquietud de la forma es el mayor avance en nuestro concepto de lo hermoso; lo hermoso llega a lo sublime en el rasgo infinito de la idea. Una expresión de soñada dulzura es un reflejo del plano superior de los principios. El sueño suprime la distancia, es la mayor celeridad. La vigilia distrae el pensamiento como los cúmulos que empañan la aurora o los vientos que esmerilan el mar. En el sueño se ven las formas sin línea, los colores sin color. Las bellezas que pasan velozmente ante nuestra mirada, semejan figuras mágicas, videntes como el sueño. Un gran artista sabe dar movimiento físico a sus pinturas. Las virgenes prerrafaelistas bajan suavemente sus miradas azules; pero esta acción simuladora tiene un término más o menos distante. La forma que permanece en el recuerdo puede ser indeleble en una sucesión de renovaciones, si no pierde su virtud esencial ¿Perdurará el principio de estas representaciones? Se repetirá el pasado como un perfume gráfico de una flor creadora, desconocida y eterna ¿Habrá nuevos motivos de arte que nos sorprenden intensamente como los primeros que vimos al despertar en la vida? Ciegos de la luz antigua ignoramos la trayectoria que conduce a un nuevo signo poético, a la estrella reveladora inmortal. Pero se sutilizan nuestros medios y de tarde en tarde se abre un bello pórtico. La forma es dolorosa; porque circunscribe y concreta. Una armonía de dolores es la belleza, un nuevo pórtico es un avance en el país sensible. Hoy se suceden las tendencias creatrices. La poesía de los instantes, el movimiento como la vida, como la melodía. Se afirma la expresión por semejanza, por la similitud de las artes, por la transposición de valores.
Se ve venir el dibujo metafórico.