Amauta 79 mala conmigo a pesar de las libaciones que se le hacen. Ahora no puedo trabajar.
Vivo con lo que me dan mis compañeros; yo no conozco otra ayuda. Las empresas en las cuales trabajamos toda nuestra vida nunca se acuerdan de auxiliarnos cuando perdemos la capacidad para el trabajo; nos demoran a propósito por mucho tiempo y cuando estamos agotados nos trasladan más al interior donde nos sea imposible presentarnos a los jueces. Se burlan de la Ley, la Ley de Accidentes parece redactada por un enemigo de nuestros sufrimientos. Hay que ver las maniobras del abogado de las compañías, que escudado en los repliegues vagos de su articulado, interponen toda clase de excepciones y artículos previos contra lo terminantemente dispuesto por ella. Hace más de un año vengo que litigando y no se cuando terminará mi causa; nuestra sociedad ha tomado varios acuerdos para comunicarlos pronto al señor Presidente; cuando le contemos como nos tratan se ha de conmover.
aislan como a seres apestados.
La miseria crece, pues, día a día. Son numerosas las personas que se presentan en las casas en que ha habido un fallecimiento a pedir las ropas y los artículos de uso del muerto. Todo el que transite a media noche verá a las puertas de los restaurants esas largas colas de hombres, mujeres cargados de niños, que con sus tarros en la mano esperan los desperdicios.
Esta situación se agrava. Los impuestos siguen una carrera ascendente. Cada día son mayores los gastos del Estado, los despilfarros, las obras públicas costosas para justificar las contínuas demandas de dinero bien en empréstitos en el exterior, bien en gabelas y contribuciones dentro del país. el obrero, el campesino, el minero, el empleado, tienen que hacer frente a este encarecimiento cotidiano de vida, con un jornal estabilizado, con tendencia más bien a la reducción que al aumento, mientras los enriquecidos por el Estado tienen como estribillo: en otros países hay impuesto para todo.
Sin ir muy lejos, La Prensa (17 de abril de 1929) publica que Don Eduardo Higginson Pallete ha enviado una comunicación al señor Ministro de Gobierno y Policía, denunciando ciertos hechos anormales que requieren inmediata y pronta atención, a fin de que sean remediados al instante, pues su continuación significa un inminente peligro y riesgo para la salud del vecindario. El denunciante expone en su comunicación, que ha podido comprobar, personalmente, que en las riberas del río Rimac, a la altura de la estación de Monserrate, existe gran cantidad de hombres, mujeres y niños de la clase menesterosa, que se dedican a recoger los desperdicios que arrojan en esos lugares las carretas de baja policía, después de hacer el recorrido diario por la ciudad. Agrega el denunciante que esos desperdicios y residuos son utilizados como alimentos por los traperos que se reunen en el lugar indicado, y algunas veces después de un ligero lavado, son vendidos a los vecinos pobres de los barrios inmediatos. También hace constar el señor Higginson Pallete que dada la falta de vigilancia que se observa en dicho lugar, numerosos vagos se agregan a los grupos que hurgan entre los muladares, presentando esta aglomeración de gentes andrajosas y sucias un aspecto indecoroso e inmoral.
El señor Higginson Pallete se siente ofendido por la repugnant aglomeración de estos infelices, repulsa que comparten también los periodistas. Pero a ninguno de ellos se le ocurre proponer, en vista de esta