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66 Amauta Aparece el Comandante, con su camisa de seda cruda debajo de una chaqueta de color café, sin chaleco. Esta camisa me entusiasmaba. Era la única camisa de seda cruda que existía en toda la villa. El Comandante la había traído de la India. Una camisa llena de aventuras. Parece un figurín de teatro. decía la gente cuando le veía pasar con esta camisa. La ropa interior, según ellos, debía ser más seria.
Añádase que Herr von iba siempre pulcramente afeitado y no gastaba bigote. Vaya un hombre! decían las mujeres. se balanceaban en sus delgados talles con un mohín de desdén. Eso no es un alemán. contestaban los hombres, atusándose los puntiagudos mostachos. También en esto, como en todo, se remitían a la autoridad de su Káiser.
El Comandante me alarga la mano. Buenos días. me dice.
Paso velozmente la mirada sobre él para posarla en el sonriente Dr. Hoffmann, cuya obesidad me tranquiliza un poco.
Herr Hoffmann viste elegantemente y calza zapatos amarillos.
Se ha echado el sombrero un poco hacia atrás, pues está sudando ligeramente. Pesa 87 kilos. La carne de sus manos es tierna como la de un corderillo recental. sonrosada.
Herr Hoffmann sonríe siempre. Sus mejillas iguales y gordezuelas tienen pequeños pliegues, joviales, como arcos en Cuando sale de paseo, lleva siempre los bolsillos llenos de manzanas para dar a los chicos. le gusta que le llamen tío.
En la mano izquierda agita un bastoncito, con las iniciales de su nombre grabadas en el puño de plata. Con este bastoncito, del que no se separa ni al entrar en una habitación, se marca el compás de sus discursos. Discursos muy temidos, pues Herr Hoffmann es abogado y socialdemócata. pertenece a la Dieta provincial.
El Comandante le conoció cuando ningún abogado de la villa quería presentarse a seguir defendiendo sus intereses. Era tan mala la fama de Herr von que el sostener con él cualquier género de relaciones equivalía a ser eliminado de la buena sociedad. El Comandante no tuvo escrúpulo en acudir al Dr. Hoffmann, en quien encontró, además de un abogado hábil, un magnífico compañero de charlas y paseos. El humorismo placentero de este hombre le inmunizaba con tra todo género de fanatismo. Era socialista y revolucionario, pero guardando las debidas proporciones, como él mismo decía. Tenía una fe inquebrantable y risueña en el triunfo final de sus ideas, triunfo que él creía prematuro. Ya a esta fe había sacrificado la casa paterna, un amor burgués de juventud, ocho meses de cárcel y la posibilidad de llegar a ser algún día consejero de Justicia.
Dentro del partido, Herr Hoffmann representaba la tendencia moderada, y todos sus actos se inspiraban en el criterio del sano sentido común, al que se atenía para calcular con toda precisión el tiempo que tardaría en derrumbarse por sí mismo el régimen capitalista y en pasar el Poder, sin derramamiento de sangre, a manos del socialismo, para la implantación de una sociedad nueva. La violencia es estúpida solía decir. Dejemos que los otros la empleen, y cuanto más abusen de ella, antes venceremos.