Amauta 65 misteriol, pienso, y este pensamiento me atraviesa como una convulsión. de pronto, sin saber cómo, beso a mi amigo. Lo muerdo en los labios. Me lo represento como una muchacha.
Se oye pasar un coche. Es el coupé del comandante. Las pisadas exactas de los dos caballos al trote hacen añicos mi ilusión. Doy un salto atrás. El corazón me dice claramente que hay que ocultar que acabo de hacer. Suelto a Ferd. Ah exclama. Me has mordido!
Se lleva el pañuelo a la boca. Sangra. Chist le musito. No nos descubras!
Se apoya contra la pared y cierra los ojos con fuerza. Debe de tener grandes dolores.
No tengo tiempo para avergonzarme delante de él, aunque sé que le he traicionado. Pero no ha sentido él tarnbién el misterio? El fué el que empezó abrazándome. acaso es otro misterio el suyo? Salto a él. Le acaricio la mano. Ferd le digo, suplicante, si tu padre te pregunta por qué sangras, di que has caído y que al caer te mordiste los labios. Yo no mientol replica Ferd, obstinado, y me vuelve la espaida. Tienes que mentir. Yo no engaño a mi padre, que es un caballero. Es el misterio, Ferd le gritó. Tenemos que mentir! En adelante, no tendremos más remedio que mentir con frecuencia.
Ferd se quita el pañuelo de la boca: Está endurecido. Sus labios ahora son azules. Qué misterio es ése de que hablas. Está apoyado contra la pared y arranca unas cuantas hojas de hiedra, cuyo olor penetrante es parecido al que me describía de las muchachas. rie. Te refieres al beso. Hago un gesto desesperado de asentimiento, pues en el patio resuenan ya los pasos secos, de militar, del Comandante. tras él, el jadear asmático del gordo Dr. Hoffmann. Eso del beso no es ningún misterio! dice, riéndose, FerdTodo lo exageras. Eso es sólo con las chicas. Pero ya sabes que hemos jurado.
Me avergüenzo enormemente, pues sé que ya he faltado a mi proFerd se me acerca y me azota fuerte dos veces en las pantorrillas con una rama de hiedra. Ahí tienes, por el mordisco!
Me agacho y recibo sumisamente los golpes.
Me arde la piel, como antes sus labios sobre mi boca. De buena gana le diría que me volviese a azotar.
Pero no me atrevo. Tiemblo. Me da miedo lo que siento dentro de mí. Quiero olvidarlo. Pues es un sentimiento malo, porque no puedo comunicarlo a nadie.
mesa.