Socialism

Amauta 61 No cabía en mí de satisfacción. Montar en bicicleta era lo único que yo sabía y él no.
Ocho días después ya había aprendido.
Desde aquel momento fuimos inseparables. Yo me sentía orgulloso de esta amistad, sostenida contra la opinión, contra la autoridad paterna, contra todas las conveniencias; los chicos nos huían, pero nos temían; campábamos por nuestros respetos en los patios de la escuela y en las calles; pronto aprendí yo también a boxear, y, aunque todo el mundo nos odiaba, nadie se atrevía con nosotros. Fué a mí quien se me ocurrió organizar a los chicos de las escuelas públicas, que eran muy fuertes, pero carecían de dirección. Capitaneados por Ferd, derrotamos tres veces en campo abierto a los señoritos. y desde entonces nadie se atrevía a llamar bastardos a los muchachos pobres. Dominábamos la calle, y no tardamos en formar un equipo de futbol invencible. Los chicos de las escuelas públicas adoraban a Ferd. Le llamaban capitán y tiraban las gorras al alto cuando les dirigía la palabra en público. Usábamos unos palos pequeños y como distintivo un brazalete colorado. Nos llamábamos la Guardia roja. y yo era corneta de la Guardia.
Nuestra amistad era muy hermosa, pues todo el mundo hablaba de ella.
Las gentes la veían con escándalo.
Brosius nos motejaba de corrompidos por el socialismo.
Pero éramos invulnerables.
Por eso no había que tomar a broma la idea de proteger a León.
Ferd tenía detrás de sí a toda la Guardia roja, que acataba rendidamente sus órdenes.
como arma Por aquellos días laboraba en mf, sin dejarme sosegar, una idea que no tenía nada que ver con nuestras cosas de muchachos. Me torturaba constantemente pensando qué sería lo que trataban de ocultarnos a los chicos las personas mayores. Había observado muchas veces que cuando había algún niño cerca interrumpían la conversación bruscamente, como si les hubiesen sorprendido en un delito, y que sus palabras, cuando yo abandonaba el cuarto en que estaban reunidos, cambiaban en seguida de tono y de color; notaba que había algo entre ellos de que sólo hablaban en voz baja o guiñando los ojos; que en la vida de los mayores se recataban un rincón al que los niños no podíamos asomarnos. aunque de la escuela, por los dibujos desmañados de algunos grandullones, tenía una idea de la existencia de esas relaciones misteriosas, era una idea vaga, y, según lo que yo podía imaginarme por lo que veía, fea. Las chicas que veía me desconcertaban; sabía que estaban hechas de otro modo que nosotros, pero no cómo ni por qué. Todas estas cavilaciones cobraron actualidad en mis excursiones a la finca de Ferd, viendo a los animales emparejarse. No me cabía en la cabeza que aquello no fuese más que jugar, como mi madre me aseguraba. como Ferd me explicase muy fría y objetivamente la diferencia entre sus sexos y la viese confirmada en los seres humanos, empecé a interesarme por saber si éstos jugaban también y cómo. Yo lo llamaba jugar. pues el misterio hubiera sido mucho más torturante sin una palabra para expresarlo. Al principio, era pura curiosidad, un frío afán de