BourgeoisieGermany

Amauta 51 la fachada de una burguesía megalomana y de una nobleza bizantina.
Contemplaba a Alemania con los ojos del mundo de que venía. En las familias, en las reuniones y en las asambleas, en las calles, en los periódicos, en el tren, en los discursos del Parlamento: por todas partes resonaba en los oídos del Comandante la misma cantinela: nuestro ejército, nuestra industria, nuestra ciencia, nuestro arte, nuestras mujeres, nuestro carácter, nuestros niños, nuestra virtud. todo lo nuestro es lo mejor del mundo.
Este eterno ritornello llegó a indignarle tanto, que se decidió a escribir un vehemente artículo sobre el problema de la Marina y las colonias. El artículo apareció en un conocido periódico liberal del Sur de Alemania, con una nota en que se hacían constar las reservas de la Redacción. El articulista defendía su antigua tesis, y abogaba por que se renunciase radicalmente a la ambiciosa política ultramarina, cambiándola por una inteligencia con la Gran Bretaña; fustigaba la jactancia de un régimen que parecía haber olvidado por completo los principios a que debía su posición de gran potencia; precavía contra el vicio político de menospreciar al adversario; hablaba del valor irrisorio de las colonias, y llamaba a la política naval el juguete gigantesco de un niño pequeño. Este artículo le valió al Comandante su exclusión del Club aristocrático y su proscripción social. hasta el mismo periódico liberal en que se había publicado, le escribió que se había excedido acaso un poco en su excitación, humanamente explicable. partir de este día, el Comandante se dedicó exclusivamente a dirigir las labores de su finca y a la educación de su hijo. Renurició a decirle la verdad a un pueblo que confundía los éxitos de su industria, favorablemente colocada, con su destino.
Se refugió en el campo. Se hizo agricultor. desde su refugio descargó de sus hombros toda responsabilidad.
Ferd tenía seis años cuando yo le conocí. Ocupaba un lugar especial en nuestra escuela. Su inteligencia, precozmente despierta por los viajes y el trato con su padre, le aseguraba una superioridad que sentaba bien a su carácter taciturno. No había nada, en el horizonte mental de nuestra clase, que Ferd no supiese. nos imponía enormemente cuando señalaba en el pequeño atlas escolar, con lápiz rojo, las rutas de sus largos viajes. Nuestra fantasia tejía en torno a él todo lo que podía imaginarse de los países exóticos. Nos le representábamos empeñado en aventuras que nos esforzábamos por reconstruir en nuestros juegos infantiles, y cuando en la clase de Geografía teníamos que aprendernos de memoria las sobrias relaciones del libro sobre las costas extranjeras, su nacionalidad y ramas principales de su producción. nos parecía que en los ojos de Ferd se guardaba todo lo que las letras de molde nos hacían soñar. Ferd conocía el mundo.
Conocía el misterio. hasta los profesores le preguntaban muchas veces por las tierras que había recorrido. Eran preguntas que no pertenecían a la lección.
Ferd sabía pronunciar sin vacilación cualquier palabra extranjera.
Ningún nombre le sacaba los colores a la cara.
Sólo se quedaba rezagado en la clase de Religión. Su padre no se había cuidado de enseñarle a tiempo la inconsistencia empírica