50 Amauta Al día siguiente comenzó la carga: jun sin fin de sacos de huano! Los hombres cargaban de los lanchones amarrando los sacos de dos en dos. Las grúas los izaban rápidamente dejándolos caer luego en las bodegas. Abajo, otros hombres apilaban los sacos estibando la carga. Junto al palo mayor, recostado en una cachimba, Gaviota miraba la operación en silencio. Mentalmente seguía el compás de los hombres: una, dos, tres; una, dos, tres. Todo aquel día y el día siguiente y otros días más duró la faena.
Al fin. unos individuos subieron por la escala frágil. Gaviota rió descortesmente de la torpeza con que trepaban. Eran empleados de la Compañía de Seguros, de la Capitanía, del Resguardo. Cuando zarpamos. Posiblemente, esta noche. Ya no tengo qué hacer aquí. En un solo viaje hasta Guayaquil. De allí a Amberes, a descargar el resto. Entonces. buen viaje, don Charles. Muchas gracias. Tomaremos antes un trago. Cómo no.
El Capitán ordenó a Gaviria que llevase, a su Cámara, copas lim pias. poco el muchacho se apareció con las copas, de, distinto juego, sobre una bandejita bien fregada. Los invitados hablaban a gritos ante el mutismo del patrón de a bordo. Este sirvió unos tragos de whiskey. Después de pasarse las manos por los belfos, se despidieron. Al retirar las copas, Gaviria juntó todos los conchos enuna sola, la puso al trasluz y la zampó de un trago. Buen viaje, Gaviota. Concuirá en el próximo número. Prohibida la reproducción)
LOS QUE TENIAMOS DOCE AÑOS, por Ernesto Glaeser EL COMANDANTE ROJO (Continuación. Véase el número anterior de Amauta. Al poner el pie en Berlín, el Comandante comprendió que había sido víctima de un ataque de romanticismo. Aquella Alemania cuyo perfume le había embriagado el corazón en Tokio delante de un libro de Jean Paul, ya no existía. Por todas partes se le negaba y renegaba. Alemania no vivía ya envuelta en la luz suave de su verano fecundo y paciente; las ideas que salían de su espíritu no se acercaban ya dulcemente, de puntillas sobre una ciencia universal, sino con clamores y gritos y trompetazos, con el gesto altivo de lo absoluto: todo aquí era clamoroso, inmenso y lleno de jactancia. Todos creían marchar con paso acompasado hacia aquel puesto bajo el sol que su Káiser les encarecía con brillantes frases. El Comandante no mantenía la menor relación con el proletariado ni con aquellas cabezas serenas que vivían dentro del país en silente oposición. Sólo veía