Amauta 49 sin afeitar, fueron llegando pausadamente, con esa lenta pesadez de los hombres de mar que siempre están guardando, aún en tierra, el equilibrio de un balance del que ni se percatan. Al extremo de la mesa presidía don Charles. Luego, por orden gerárquico, Brown, Bossio, Caillaux, a la derecha del Capitán. Así, hasta el extremo opuesto. la izquierda, otros hombres. Levecg, Kalúa, Zarralaín. una serie de rostros curtidos, prietos, de fuertes mandíbulas y ojos que la mar azula vagamente. Trajeron un caldo con pedazos de pan y fideos gruesos. Luego, trigo y carne. Una banana. Para todo esto, agua después del café. Los hombres comían en silencio, calmosamente, produciendo un rumor sordo. veces, una vaga palabra y el silencio después. Habituados unos a otros, en la intimidad de la vida cotidiana, no había entre ellos novedad alguna. ΑΙ Gaviota lo tomaron como a un antiguo camarada, sin saludos efusivos.
Esto le sorprendió dejándole una sensación de desengaño. Había esperado una recepción ruidosa. solo la muda sonrisa de bienvenida de estos hombres fuertes que veían venir a un chiquillo a compartir con ellos las faeñas del oficio más macho del mundo.
Brown llamó al Gaviota. Ordenó algunas vagas cosas pués le advirtió. bordo, no hay discusines. El que manda, manda. Aquí eres el último y no valen vivezas ni olvidos. Esta vida es dura, pero buena Hay que aprender a ser hombre, y sólo se vale por lo que se trabaja. no lo olvides!
Gaviota escuchaba serio las advertencias del gringo. Después, con esa fácil cualidad criolla del acomodo, se sometió sonriente. Tá bien, patrón!
y desLa tarde pasó ociosamente. Largas partidas de briscán bajo las drizas húmedas. Llegó la hora de los colores. Como un muerto, San Lorenzo opacaba su silueta enorme. Las primeras estrellas se encendieron reflejándose en la mar tranquila. Una brisa leve zumbaba en las jarcias. El malecón del puerto se encendió de pronto.
Los cobres de una charanga militara palanganeaban un paso doble lejano. Unas aves cruzaron lentas en la dulzura de la tarde. Inmenso, un transatlántico zarpó gravemente.
Allá, en tierra, los amigos seguirían vendiendo diarios y suertes.
Más allá, en el Cine Edén, Richard Dix desenvolvería, en una película de series, una teoría de trompadas. Los tranvías viajando atiborrados de ciudadanos; la victrola del prostíbulo; la pianola de los Maritimos; toda la vida agitada del puerto desenvolviéndose como todos los días, volvió a su recuerdo. Una vaga desazón, desconfianza, pasmo ante su nueva vida. le tomó desconsideradamente. Sobre la borda que subía y bajaba con el balance de los tumbos mansos, se quedó pensando en todas sus antiguas andanzas. Pero como no había perro que le ladrara; como ningún afecto le sujetara en tierra; como en su vida no había conocido más derecho ni más protección que la que le daban sus golpes, arrojó recuerdos y saudades para sentirse libre. con una última mirada se despidió para siempre de los amigos del barrio peligroso y querido. Tierra chalaca!