Amauta 45 dame Simonne, vieja rubiales y pintada, disponía sus últimas órdenes para ir a dormir. Tiens. Don Charles. Me voici. Et. ca va. Pourquois pas. Me donnez vous un chop?
La charla siguió en francés, inquiriendo la proxeneta por tierras lueñas y lueñas mujeres. Hablaron de todo un poco, riendo y picardeando la vieja tras el mostrador, el marino ante el chop y un pedazo de carne con ensalada. Luego pidió pan de cebada y te. La vieja se despidió renga de sueño y malanoche. Alors, a demain, sieur! espere que nous sommes encore des bons amis. Sans doute. Tout a heure, Madame Simonne. Au revoir, sieur.
Solo ante las viandas, regando la ensalada y la carne con la cerveza, don Charles pensó en el modo de llevarse una carguita a Paita.
Pero no había a quien dirigirse. había de ir al puerto piurano!
Quince años hacían, desde que murió la madre, mulata peruana, dulce y mimosa como todas nuestras zambas costeñas, que no había regresado al puerto en donde naciera. Hijo de un viejo marino ingles y de una criolla de Piura, nació allá, en el puerto cálido y arenoso, y por sus playas inmensas correteó en compañía de los palomillas porteños. De su madre guardaba ese recuerdo. anchos ojos negros, manos gruesas, busto alto, linda la naricilla, carnosos los labios rojos, que es más emocionado en estos vagabundos. Todavía cantaba, en las noches solitarias de abordo, las resbalosas, los tonderos, los tristes peruanos, que su madre hacía gemir en la vihuela picarona. Quería ir a Paita. Pero. dónde diablos podría conseguir una carguita, así fuera de quince sacos de maíz o dos chanchos, para poder recalar en el puerto miserable? Unos hombres llegaron. Peones que venían a beber, junto con el capataz del camión que recogieron la carga del Albatros, unos tragos de cerveza después de haber sudado en el cargio.
Cambiáronse saludos y se inició la charla. Don Charles hizo servir unos chops. En una mesa vecina, un palomlilla, vendedor de diarios y lotería, desayunaba con un tazón de café y leche en el que mojaba un cacho con mantequilla. Uno de los circunstantes saludó al muchacho. Qui ay, Gaviota?
esos Todo el encanto de Cantón, de Shangai, de puertos chinos, miserables y sucios, con sus pan ho y sus cabañas sostenidas por estacas; Hong Kong europeizado, con muelles amplios y edificios altos, con policías francesa, yangui, inglesa; los verdes puertos despejados del Pacífico, todas las visiones de un Oriente de fábula fué destilando por la fabla cruda y enrevesada del anglo criollo. La sordidez asfixiante de los burdeles de los puertos lejanos, con sus bajas pasiones y sus vicios, con sus pobres francesas, alemanas, polacas, americanas y sus ambiguos muchachos de la Cochinchina francesa; los fumaderos de opio y los garitos; la presteza para el cuchillo y la eficacia de los puños, todo ese marco que prestigia la vida de la gente marinera, narrado a los