. 44 Amauta reses la estela juguetona un cantar zandunguero. Los remolcadores. San Lorenzo No 1, el Alcatraz, el Chalaquito. arrastran las barcazas de mugidoras. Lejos, transatlánticos en que se adivinan lujos y conforts. Caleteros peruanos hermanados, antes del Pacto, con los chilenos que lucen a popa la estrella única. Sobre los adoquines de la Plaza Grau, brincan tintineantes carretillas de sifones, kolas, cervezas. Pilsen Callao, con las tres mulillas corretonas. Los vendedores de diarios asaltan a los oficiales que esperan las lanchas para sus buques: Grau, Bolognesi, Lima, Rodríguez, los Erres. Alrededor del monumento al Héroe marinero los fleteros esperan, pronta la charla jacarandosa, a los viajeros que traerán los eléctricos de Lima. sobre el barullo inmenso y estridente, el rezongar pausado de la mar abuela.
Por el claro del norte taja en el horizonte sus mástiles un buque.
Apenas lo arrastra el vaho claro de su chimenea. Tiene la pinta verde y no es familiar en el litoral. la primera boya un remolcador se le pone al pairo y lanza dos cabos a las vitas de proa. Se juntan con un traquido y hay saludos que vuelan entre ambas cubiertas. Llegan después, rémora excusable, gentes del Resguardo, oficial de la Capitanía y barchilón prudente: no hay viruela, ni bubónica, ni escorbuto.
Grandes las letras rojas lo delatan: Albatros. En la popa repite el mote y apunta el puerto: Liverpool. Hora y media de viaje por entre los buques surtos en la bahía. Se acodera al muelle.
Le aguaitaron los papeles a don Charles. Todo en orden. Madera de San Francisco y carbón de Melbourne. Largo viaje desde Australia con recalada en Frisco. Don Charles, treinticinco años, paño azul, pipa, manos bastas y barba en punta. invita en su Cámara unos tragos de Negrita de Jamaica. Muchas gracias, Capitán. Nada extraordinario. Buen viaje. la cuadra de Costa Rica, lo de siempre: papagayos. Quince días en Callao, regreso a Guayaquil y de allí a Amberes. Después, ya ordenará la Agencia. Nunca falta carga y hay que seguir el baile.
Con el dorso de la diestra tatuada, ancla con dos corazones. se engujó mostachos y barba. El cabo Céspedes inquirió por la tripulación. Gente buena, don Céspedes. Trabajan duro. Eso si, mucha agua y mucha carne, God daml, carne a todas horas. Pescado, ni verlo. Pero buena gente, buena. bridge ready, Cap. Right.
Desde el muelle ordenó don Charles. Brown y Caillaux cuentan la carga. Regreso a las once.
En el Albatros, baja la fría mirada azul de Brown y bajo los bigotes marselleses del franchute, comenzaron los hombres a descargar maderas y sacos enhollinados. El cisco se entraba por los ojos. Sin hablar, con gestos de las manos mudas, los hombres, todas las razas, iban descargando con un compás isocrono. Las grúas izaban los bultos, descendían luego y volvían otra vez, sin que una gota de sudor humedeciese las espaldas tostadas de los hombres del barco. Ahoral Vira. Ahora!
Despidióse don Charles de la compaña con promesas de verse más tarde y marchó al Bar de los Marítimos. Tras el mostrador Ma