Amauta 63 Mira, el otro día ví a uno de los criados coger a Katinka, la moza esa rubia de la mantequería; por el talle poco después de oscurecido, y que luego subían medio escondidos, como si hubiesen robado algo, a los cuartos de la servidumbre; subí detrás de ellos sin que me viesen, y vi que entraban en el cuarto de él, y cuando estaban dentro cerraron con llave. Me paré a escuchar, y oí que hablaban muy bajito y que ella se reía; luego sonó un ruido como si cayese algo; oí que el criado resollaba como si llevase un saco de cebada a cuestas, y que gemía y se reía, pero todo con un tono muy lastimero, y que luego ella lloraba. Era algo así. sabes. como cuando el viento azota la lluvia contra los cristales. Al poco rato observé que él bajaba a la cuadra, y empezó a azotar con mucha furia a las vacas porque bralmaban al darles el pienso. Katinka se pasó varios días sin mirarle. Yo creo que las personas tienen miedo al hacerlo. Crees que será algo malo. Seguramente. dijo Ferd pues si no. para qué iban a ocultarlo. Pues yo quiero saberlo. grité, sin poder contenermem. Aunque sea lo peor del mundo. Yo no dijo Ferd Si lo supiera, me consideraría un alcahuete. Pero no tenemos más remedio que saberlo, para cuando tengamos una muchacha. Yo no quiero muchacha, no me hace falta!
Estas palabras fueron como un tajo en el aire vidrioso.
Ferd permanece inmóvil. Su boca, arremangada refleja un gran orgullo. Cómo puedes decir eso. le replico. Una muchacha lo más hermoso que hay en el mundo.
Al oír esto, mi amigo suelta una horrible carcajada; su cuerpo, erguido sobre la escalera de piedra roja de la casa señorial, se sacude convulso como si tuviese un calambre interior; tiene la cara desencajada, las sienes veteadas de rojo; el pelo le cae sobre la frente; el nudo de la corbata escocesa se le ha deshecho. Ferd sigue riéndose. No puede contener la risa. Has olido alguna vez. me pregunta el olor de una muchacha. No. le contesto. Huelen las muchachas. Sí replicó. apestosamente. Verás. Hace pocos días estuvo aquí una prima mía, de visita. Tuve que dejarle mi cuarto por una noche. Por la mañana fuí a buscar un lápiz que tenía allí, para la clase de dibujo. Llamé, pero no estaba. Entré y fuí a coger el lápiz de encima de la mesa. Pero cuando estaba dentro vi la cama toda deshecha y revuelta, y noté un no sé qué en el aire enervante y raro; levanté la colcha, y me dió en la cara un olor amargo y ácido y dulce, todo mezclado, y por poco me caigo: tan fuerte y sofocante era el olor; no era malo, pero penetrante y espeso; en fin, no sé cómo decírtelo; nunca había olido nada igual. cuando miré al suelo, vi un paño caido; lo levanté, y debajo había un montoncito de trapitos blancos, todos empapados de sangre. De sangre? exclamé, interrumpiéndole, entusiasmadom ¿La había asaltado y herido algún ladrón. No, hombre; era otra clase de sangre. Sangre mala. sabes.