28 Amauta mofrán antes y después que las vigas largas y negras que parten las habitaciones humanas, se balanceasen entre dos brumas.
Satisfecho tomó esto por pensamiento.
Se sentía capaz de tocar los efluvios del yo. Sabía ahora que durante mucho tiempo había vagado por la ciudad. Hacía tiempo que no pensaba en su amada; no le importaba. Sabía que pronto se detendría. Sabía que su blancura porque lo necesitaba tanto, porque lo esperaba tanto cesaría.
La esquina donde estaba era aguda. Negrura aún. Pero en sus ojos cada partícula estaba erguida, derecha: cada partícula como limadura de hierro se erguía al paso de un imán oculto.
Un bar con luces y maderas amarillas, chillonas. Piso gris.
Luego en primer plano, fuerza repentina en su vista, una forma lenta, esbelta. Vió su gran sombrero pasado de moda, vió asomar sus zapatos bajo la rigidez de su tapado. Vió asomar sus muñecas de las rígidas mangas de lana: dos manos luminosas, sinuosas, curvas. manos moviéndose en el aire. El aire que sus manos vían envolvía en curvas difusas, como las curvas de un fino tallo de flor, su cabeza. El también lo vió. Vió dentro de su estúpido sombrero negro una sonrisa dirigida hacia él. Adivinó su cuello.
Dejó la luz amarilla. El pavimento gris, aquí gaseoso, era allí nublado. En la niebla supo que la mujer iba a su lado.
Ella caminó, y al dividir la negrura dejó una brecha que lo absorbió, sutil, levemente. Su camino no era horizontal, sino en verdadera medida con ella: era el subir y bajar espiral de un arco. Había una pruerta pesada y un cuarto. el inmóvil a su lado.
El sabía de la quietud. El pico de gas escupía luz con respirar áspero, que junto con sus respiraciones se envolvía en quietud. Espesas las sucias paredes, la colcha roja y pesada sobre el lecho, la puerta pintarreada. hacían la quietud. Era una matriz fabulosa para sus respiraciones y la luz del gas.
Se sacó el sombrero. Se sacó el tapado color caoba. Volvió hacia él sus ojos. el blanco de sus ojos. Levantó las manos, nadaban sobre ella como peces en agua profunda y negra. Se sacó su vestido de mal gusto. Se sacó sus pesados zapatos y sus medias gruesas. Desgarró como chispas las franelas sucias de su cuerpo. Levantó la colcha roja y su cuerpo se deslizó en el lecho.
El quitó la colcha. Su cuerpo negro reposaba sobre la sábana blanca. Miró su cuerpo. Ela también lo miró. Era una cosa negra, calma, flotando siempre dentro de sí misma, inmóvil fuera de sus limites que eran blancos. dentro de su obscuridad una nube brillante de blancura, haciéndola azul, haciéndola amarilla y azul, haciendo vivir su negrura. Se dijó a sí mismo. Ahora debería pensar.
Se quitó sus ropas. Dejó que el cuarto se cerrara sobre él, que lo tocara todo. su cuello. bajo el brazo, los muslos. el cuarto sucio. Se acostó junto a ella. Se dijo a sí mismo. Ahora piensa.
Acostado, quieto, rígido. Ella así parecía cuidarlo. Era blanda junto a él, acostado blandamente. En la cama estrecha su piel, casi no rozaba la de él.
Así reposaban: la mirada hacia arriba como humo sereno; él, inmóvil; ella, ondulante, fácil, como un mar sepulto: quietos ambos.