Amauta 25 Estaba lúcido. Las horas lo habían deshonrado y vaciado. Observó a su huéspeda inclinada frente al aparador. Mis horas. se dijo a sí mismo, sus años. Se dijo a sí mismo: Bebamos juntos por la Nada que somos y que compartimos.
Ella lo vió, ardiente y febril, con su cabello fino alborotado. Le tendió la copa. Vió su mano. su anillo de compromiso. cómo temblaba.
Ella está de pie. Ahora brindemos. le dijo: Por su feliz Navidad.
Juntó las fuerzas que parecían disminuír ante este escalón final de su degradación. por su Navidad, no brindamos. Primero por la suya. Merece una copa llena. Un silencio. Aún no ha bebido.
Bebió Repuso, con rapidez, la copa sobre la mesa, frente a él.
Escondió su rostro en las manos.
No lograba comprender. Todo esto era horrible. Qué vergüenza había caído sobre él desde ese pequeño instante, tan remoto, tan irreal: el momento cuando allá en la ciudad siguió el consejo de Biff Daley? No podía comprender. Por qué cedió de repente? Dijo no y no: de pronto, cuando ya la batalla estaba ganada, cedió. Era algo tan ilógico, tan poco natural, tan absurdo. Soy Clarence Lipper, un hombre sobrio, un buen marido, un vendedor de navajas. Creo ser un caballero. Qué he hecho. qué le daba la seguridad de haber hecho algo? Era tarde. No tenía el regalo para Aimée. Volvería a su casa. Enterraría la verdad en el corazón querido.
No habría nada. Había esto. está sentado, en un cuarto, a tres puertas del lugar donde su mụjer lo espera. Hay esto. Estoy sentado aquí, con una mujer fea, concluída, miserable, mientras mi mujer espera. estoy aquí y bebo.
Todo esto tenía un significado. Había bebido con ella. No podía corriprender.
Todo era extraño, y era todo real lo que parecía extraño. Bebió su vino y ella no era nada para él. Tres puertas más allá su amor y su mujer lo esperaban. Que esta mujer disponga! ya que él no lograba comprender.
Ella llenó la copa. ahora. el segundo brindis. le preguntó con timidez.
Pero era horrible e impura. Estaba seguro de ello. Esto lo comprendía. Por lo menos de esto estaba seguro. y de su propia miseria. No podía beber. Olvidó para qué era esa bebida. Tomó la cabeza en las manos y lloró.
Lloró largo rato. De algo estaba seguro: esta mujer, frente a la cual lloraba, no significaba nada para él y era impura. Con ella, sin embargo, pasaba bebiendo la Noche Buena. Por eso no le extrañó que mientras él lloraba, ella se estuviese tranquila, sentada a su lado, sin decir palabra.
Levantó la vista.
Sus ojos posaban blandamente sobre los suyos; era como si, mientras lloraba, hubiesen estado esperando pacientes que él levantase los suyos. El sabía su secreto. esto no lo encontraba raro.
Su vida, su propia vida, alegre, maravillosa. está rota, tan ton